sábado, 24 de agosto de 2013

El Cazador De Apurito (Relato en Tono Costumbrista)


Calor y amenaza de lluvia. Así era siempre en julio. Cuando nos adentrábamos por aquellos parajes sin fin y verdosos de la carretera Upata El Manteco. Olor a monte fresco, a cagajón y a suelo mojado, colinas y más colinas por todo el trayecto. Ya íbamos más despacio en el viejo carro, atentos al cruce del camino a Apurito, cerro hermoso y distante aún. El Sol ya no picaba tanto y el aire húmedo, el fresco de la tarde en  cercano ocaso, nos indicaba que por aquí hubo lluvia y de la buena. Subíamos a los llanos de Apurito en compañía del Ñato, joven peón de finca, panzón, corto de piernas, de piel cobriza, extrovertido y chistoso, Farfán para sus amigos. También nos acompañaba como protagonista de aventura el experimentado Caiguire, también conocido como El Cazador, según muchos lugareños el mejor tirador de las llanuras del Yuruari Medio.
Luego de San Juan cerro de cuentos el camino tuerce hacia los Chinchorros cercanos a Caratupán y Caño San Buenaventura, algún tiempo caudalosos en tiempo húmedo. Allá a la distancia oculta en el monte está el paso hacia la roca de La Lavandera. De este peñasco a flor de suelo nos dijo Farfán:
"Si compay, esa Lavandera tiene su historia, allí fue donde un labriego dejó la vida en un accidente que todos recuerdan, cuando se le enredó la cabalgadura y la carga, y quedó allí patitieso, colgado, asfixiado y moraíto, no hubo tiempo de asistirlo, en menos de lo que brilla un rayo, peló gajo el pobre, es decir allí fue su último suspiro, esa tragedia amigo le puso misterio a aquellas sabanas de rocas y guijarros, muchos nos han contao que en ese granito a flor de tierra sale el muerto, para asustar a los desprevenidos, a los cobardes y a los que no creen en la palabra de Dios".
Más allá por fin serenos, dormidos, como lomo de un reptil gigante se yerguen los cerros de Apurito. Mucha sabana hermosa nos rodea. A un costado de la vía, hacia el poniente, están las tierras que drenan sus aguas al Caroní, es decir al lago de Guri. Al otro a la izquierda, al Oriente se extienden pastizales de primera, cuyas aguas cercanas se escapan a los cursos fluviales del Yuruari lejano. Hay por doquier colinas, lomos cercanas, adornadas con rocas enormes del precámbrico, montículos de granito y gneiss, ennegrecidos por el sol y las quemas anuales en todos los milenios de vida humana. 
Penetramos, con el Sol al Poniente, Sol de los Venaos le dicen, con un primer portón, y seguimos rumbo a los tantos hatos que se esparcen por este territorio.Buscamos cacería. 
"Venado pa tirá pa arriba hay aquí en este llano", nos dice el mismo peón que minutos antes nos contó en tiempo brevísimo la historia del muerto de La Lavandera. 
Nos encontramos ahora en las cercanías de los caños y lagunas que drenan hacia el lejano Oronata, tributario del Yuruari. A esta recta o lugar le dicen Las Topias, más adelante está el cruce de Panamo, Las Cositas,  Cogollal, rumbo al caño Guri o a lo que algún tiempo fue el Hato Pueblito, con pista de aterrizaje y todo, ambos ahogados por el lago que nutre de energía a media Venezuela. 
Ya nos agarra la noche, y comienza la vela de El Cazador. Con lampara en frente, se lanza el experto "Caiguire" a la cacería en media de la oscurana.
"Lo que toca es velá esos venados, con calma, aquí hay de tó tamaño, chiquiticos como un perro mediano y otros que parecen vacas de lo grande", nos dice El Cazador, un hombre de unos 40 y pico, alto y canillúo como el Silbón, desdentado, pero con una sonrisa sin freno, pelo lacio y azabache, sin asomo de calva, piel cobriza, de mentón amplio y con un tumbao o cojera, que es su sello de calidad.
"Esa vaina fue cuando en estos llanos habían tigres cebaos en eso de andarse comiendo las reses de los patronos, cuando me dí cuenta el animalón ese se me fue paencima y me agarró la pierna derecha, a Dios gracias no sé por qué ese bicho no me remato, le ví los ojos como un arcoiris, bonitas las pepas, a pesar de que me tumbó la lámpara, brillaba como demonio, pero en vez de darme el carajazo de gracia, pegó otro brinco en dirección a una laguna cercana, al parecer no le gustó mi carne, y prefirió un caramerudo que estaba hecho piedra entre un mogote a la orilla del agua". 
De pronto, en medio de estos cuentos de camino,  surgen estrepitosos los chácharos, cochinos de sabana. Según dicen vienen de la montaña, de los alto, de cerro Apurito.  Ni modo. Hay que seguir esperando. La cacería sin Luna está cerca, nos dice el baquiano Farfán. Pero en vez de "venaos" se nos atraviesan  cachicamos sabaneros y uno que otro mamífero menor, todos chiquitos, traviesos, mansitos, parecen animales domésticos. Mientras tanto la sabana que nos cobija sigue su particular fiesta nocturna. Escuchamos aguatacaminos, lechuzas, insectos, sapitos, ranitas cantarinas, algún patoguire y una que otra bandada de alcaravanes o teu teu, abundantes y siempre alertas. 
Estamos a medio año, en un mes de lluvias, y sin mediar palabra El Cazador Caiguire se nos aleja pasitrotero. A poco tiempo se nos perdió, pasó media hora y de él ni un grito, en fin confiábamos en su buena puntería y paciencia. Todo quieto hasta que escuchamos el primer ronquido de bácula con su carga de guaímaros fulminantes. 
"Seguro le dio al primero", dijo Farfán, "ese no pela uno", repitió al tiempo que se escuchó otro disparo, y un eco que se hizo ancho como el llano. Y otro. Y otro. Esperamos. 
"Está emocionao El Cazador, será que acabó con una manada, o se volvió loco", dije. 
"Puede ser, afirmó el Baquiano, ese carajo ha matao tanto venao, tanto bicho del monte, y no tiene freno, hay que regañalo. La última vez por La Tigra camino de El Callao le dije "Compadre deje las hembras quietas, no le dé plomo a los chiquitos, que la cacería no es infinita, así se nos acaba la fauna, así le he dicho", repitió. 
Pero El Cazador es sordo. Lo suyo es plomo y animal al cuello, o si es grande tasajearlo, descuartizado, "se hace menos penosa la carga" dice siempre Caiguire. A veces hay tanta cacería que deja a los animales regados por la sabana, para que los vecinos y peones aprovechen la buena zafra. 
"Claro pa colmo el jefe, el patrón me regaña, lo que no dice es que casi toda la cecería de aquí quien se la come es él y su familia, y la gente esa que viene de allá lejos del Puerto ese que está después de San Félix, en sus camionetas carísimas. Se comen lo mejor y nos dejan hueso y cuero. Que se le va hacé", decía El Cazador minutos antes de que nos perdiera por el camino a Apurito. Se nos fue tan lejos que no vimos en el resto de la noche. Pronto volverá dijo Farfán.
Hoy los venados se han ido lejos. Ya no hay como antes. Los tigrillos y cunaguaros, y el peligroso "lión, bicho pa bravo", también se fueron arriba a los cerros Machín, a Guacamayo y "los más grandes se enconcharon en Tomasote arriba y los más bravos se fueron pa El Chocó, de allí saltaron a Alto Yuruari y se metieron por Cerro Azul, o se perdieron por los montes altos de Hacha, El Supamo, la montaña de San Pedro y el Antabare, a dónde sólo llegan los valientes y los mineros más alebrestaos". Otros felinos menos andariegos, pero grandes y mariposos,  cruzaron la sabana y se treparon a los montes del Retumbo, por esa montaña lejana por donde el Sol se pierde. Los chiguieres laguneros y los báquiros, de vez en cuando resuenan por allí, es cacería menor,  y "la Lapa, hay la lapa, búsqueme una, que ese bicho si es verdad que le gusta a todo el mundo", nos comentó el baquiano ese día de julio, antes de seguir rumbo a la casa principal del Hato y olvidarse de El Cazador. "No será la última vez que ese Silbón de Orilla se nos pierda, pronto volverá", agregó. Por cobardía, obediencia y buen juicio, seguimos a Farfán, rumbo al descanso reparador y nos despreocupamos por la suerte del Cazador.

- Y El Cazador ¿Dónde está El Cazador?

Esa pregunta se hizo costumbre, tradición, incertidumbre, en toda la sabana del Sur de Upata, desde Santa Rosa hasta Puedpa. Pasaron días, semanas, meses, años, ya los bigotes se me pusieron color ceniza y nada que aparece el de la puntería prodigiosa.
Pues no se sabe, después del último trueno de su bácula, lo perdimos de vista y oído. Todavía lo buscamos. Algunos dicen que se fue a la montaña La Justicia, cerca de Guacamayo, de allí saltó el Carichapo, se ocultó meses en Santa Ana y "en vez de venao, lo que anda es buscando pepitas de oro por Cicapra, La Florinda y Yuruari adentro". Otros dicen que se le comió un tigre blanco por los predios de Macorumo, Río Grande, la selva de Nuria o Bochinche. Total no se sabe. Del Cazador sólo quedaron en el recuerdo de baquianos y peones sus cuentos y su fama de gran tirador.
Y pensar que sólo lo traté una vez al tal Caiguire, cuando fuímos de cacería a la sabana. Fue la primera y última, porque precisamente esa noche del meridiano de 1999, terminando el Milenio, El Cazador luego de vaciar varias veces su bácula, se fue en silencio y más nunca se ha visto por estos cerros que mientan Apurito. Nadie sabe qué se hizo ni dónde está.
Lo que si se escucha a lo lejos, casi como un susurro en las noches sin Luna, es el eco extraño de un disparo lejano, cuan canto lastimero, los peones, los labriegos y sus hijos dicen que ese ruido es el Alma, El Anima de El Cazador, en pena por tanto abuso cometido contra la fauna de aquellos llanos hermosos y misteriosos del Yuruari. Así será...

Juan Ruiz Correa

Upata Diciembre 2012

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