domingo, 6 de noviembre de 2011

Puente Bolívar y Obelisco: Iconos de Upata

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El Puente Bolívar en la calle del mismo nombre, ruta hacia San Antonio, la Piñerúa, Borbón, Sabanetica, Sabaneta y la más distante población de El Pao, constituye una de las estructuras viales más antiguas de Upata. 
Su construcción data de la década de los 40, durante el gobierno del general Isaías Medina Angarita, cuando el río Yocoima, en sus crecientes amenazaba y de hecho mutilaba al viejo y pequeño pueblo en dos zonas infranqueables, la del Oeste ruta vieja a Caruachi y la zona del casco histórico. Casi 70 años es el tiempo que este puente ha perdurado como enlace seguro de los upatenses, tiempo más que suficiente como para que las autoridades agilicen el estudio correspondiente de sus cimientos y partes metálicas, pues el tiempo es enemigo de toda obra de ingeniería menor o mayor. Aunque su estado de conservación parece bueno y no se nota a simple vista mayores daños nunca está de más una evaluación técnica intensiva a este utilitario puente, al que le fue colocado otra estructura metálica como corredor peatonal, que por cierto notamos bastante precaria e insegura. La gráfica recoge una vista del Puente Bolívar desde la calle Unión, con el Yocoima en primer plano en una inusual creciente de octubre de este año 2011.

El Obelisco Plaza Bicentenaria
La Redoma o más bien el Ovalo del Obelisco nació con su pequeño túmulo de cemento durante la conmemoración del 200 aniversario de la fundación de la capital del municipio Piar. Este Obelisco, regalo a las Padre Capuchinos Catalanes, fue instalado en el marco de la celebración del Bicentenario de la Villa de San Antonio de Padua de Upata.
La idea no fue mala, lo triste es su tamaño, con tanto cemento, con tanta roca disponible, y con una siderúrgica naciente en la Guayana de aquellos años, no se entiende por qué fueron tan humildes en el propósito. 200 años de historia como villa, y el homenaje a los fundadores, merecían sin duda un monumento más ambicioso e imponente y no ese minúsculo Obelisco, perdido entre la fronda y que ni siquiera se eleva más allá de los siete metros, cuando lo deseable para este tipo de estructuras conmemorativas es que resalten precisamente por su altura y como atalaya de pueblos y ciudades.
50 años casi en el cual ha sido mudo testigo de acontecimientos culturales, histórico, pequeño hito de recreación, descanso, muy propicio para concentraciones políticas. Hace algunos años al señor Américo, entonces Alcalde de Piar, le dio por remodelarla y reubatizarla Plaza Aniversario aunque lo correcto era llamarla Bicentenario como la avenida que la surca. No tan mala la idea del rescate, porque en verdad el piso rústico y las piedras que lo adornan no le van mal. Lo que sí resultó un estrepitoso fracaso fue su fuente de utilería, apenas duró un mes, ni reparaciones, ni cableados, ni empeño, fueron suficiente. Murió abandonada, sus esqueléticos chorritos de agua coloridos, quedaron para el recuerdo, y lo que quedó allí fue una rueda infuncional, culto a una idea fallida.
No obstante estos desaciertos allí está el hermoso lugar que mentamos Obelisco, con un cinturón hermoso de grandes samanes, árbol apreciado para los parques plazas y espacios abiertos, sembrado con persistencia desde 1920 a 1960 en gran parte de las áreas verdes de la Villa del Yocoima. Allí también había un Camoruco imponente, que fue pasado por el hacha o las sierras, que sin que nadie lo llorara. 
Tradición muy upatense esa de andar cortando sus mejores hijos vegetales, árboles inmensos del trópico que cuando alcanzan su madurez en vez de homenaje o cuido afectuoso reciben el castigo del patíbulo. Ya le pasó a la más hermosa Ceiba de Upata, la de la calle Miranda, al final, cerca del río, que fue descuartizada en la plenitud de su madurez, sin importar los prodigiosos 3 metros de su tronco, ni los 35 metros de su copa. 
También le pasó al orgulloso apamate que adornaba el patio de las histórica Casa Piar. O del orgulloso Camoruco de Alaska, también arrancado de la Tierra. 
Y la lista es larga y lamentable, como los eucaliptus de la escuela Santo Domingo, las caobas y cedros de la Escuela Morales Marcano, los samanes de la avenida Valmore Rodríguez, el "caucho" histórico de la calle Ricaurte sitio de oración fúnebre a nuestros fieles difuntos. También el simpático y pequeñito Aaraguaney, que adornaba el cuadrante de granito de la Plaza Bolívar fue lanzado al olvido de la muerte, y para que no quedase duda de las intenciones, hasta la tierra que le dió vida fue convertida en seco piso, supuestamente para facilitar la majestad de los actos oficiales, en la cívica plaza. 

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