La historia continúa: Bicentenario se nos hizo grande en el 70
Para continuar relatando el devenir temprano de Bicentenario en esos inolvidables años 60 y 70, tuvimos una larga plática con uno de sus habitantes fundadores, cuyo nacimiento coincidió con ese año 1962 en que el sector fue formalmente inaugurado por el presidente de turno, en el marco de los 200 años de Upata. Este personaje es el mayor o bordón de la familia Ruiz Correa, el popular Coquito o Carraplana Antonio José. Precoz y flaco en sus tiempos infantiles, apodado cariñosamente en la casa "Huesito". Hoy Lic en Educación. Docente rural jubilado, TSU en Turismo, habitante aún de la casa materna en la Uonquén E. De este diálogo pudimos extraer y darle forma a su versión personal y vital sobre su amado sector que a continuación insertamos:
Comienza mi historia
Mi nombre es Antonio Ruiz. Soy nacido y criado en esta urbanización, donde he vivido 60 años, solo interrumpida por los 8 años que estuve estudiando en Caracas. Bueno ya entrando en materia te puedo decir que en primer lugar de esa década del 60, en su último parte, cuando rondábamos los 6, 7 y 8 años, no tengo muchos recuerdos, más allá de mis pequeñas historias de muchacho de escuela, estudiante del Mariño, que nos quedaba lejos, y que primeramente funcionó en el viejo colegio de las Monjas por la calle Sucre con Ricaurte, y luego fue mudado a un galpón de la calle Bolívar, donde luego se construyó su sede actual. Al frente del terreno de Mariño estaba en construcción otro edificio, el más alto de Upata, el Centro Cívico, donde hoy funciona la Alcaldía de Piar. Era en esos momentos una estructura de columnas y pisos y techos sin terminal y sin acabados, sin paredes. Era peligroso muy arriesgado subirlo pero uno no medía el peligro y con mi amigo de infancia Bolívar con frecuencia nos trepábamos hasta su planta más alta para contemplar desde allí el pueblo.
Ya de Bicentenario que te puedo, decir, primero que recuerdo su primer parque en el mismo sitio donde está hoy, ese fue un espacio recreativo muy bien hecho. Grande y hermoso se veía, tenía su cerca perimetral no tan alta con bloques de ladrillo, con churuatas para picnic, toboganes, un laberinto, caminerías, áreas verdes, lástima que en menos de 10 años se convirtiera en una ruina. Era triste verlo tan abandonado y decadente, aunque aún en ese estado nunca dejamos de visitarlo y recorrerlo, ya que siempre teníamos travesuras y aventuras que inventar en sus espacios.
De las casas de Bicentenario hay que resaltar que durante sus 20 años iniciales desde el 1962 hasta 1982 seguían siendo humildes prácticamente todas, muy pocas ampliadas, ante el reducido poder adquisitivo de la mayoría de sus moradores, trabajadores, obreros del Estado, maestros, enfermeras, albañiles, policías, vigilantes y bodegueros que allí vivían. Recuerdo que finalizando los 60 y entrando en los 70 del siglo pasado las calles de la urbanización seguían siendo de granzón, con barro y grandes charcos en sus esquinas cuando llegaban las lluvias, y polvorientas y duras en la sequía. Es decir no tenían ni asfalto ni aceras. En su parte baja la calle Uonquén se convertía en una quebrada, por la que bajaba mucha agua en los grandes aguaceros de junio, julio y agosto, desde el cruce con la Orinoco hasta una laguna, que luego rellenaron para construir allí el Colegio de las Monjas.
La gente del sector, los mayores, siempre contaban que la urbanización cuando se inauguró en julio de 1962, fecha del 200 aniversario de la fundación de Upata, fue escenario de eventos oficiales, actos especiales, representaciones culturales, algarabía, júbilo, no solo por la buena nueva de la adjudicación de esas casas a muy precio y largo plazo, sino también porque había un lote de viviendas, unas 25, que fueron sorteadas para donarlas a igual número de familias.
Comodidades pocas
A nosotros nos tocó vivir aquí en esta zona tiempos de muchas carencias, pero muy pocos vivían en pobreza extrema o en condiciones de hambruna. Comodidades muy pocas, por ejemplo eran escasas las familias que podían costearse y pagar por el servicio telefónico de la CANTV, recién ampliado en Upata para unos 100 ó 200 suscriptores. Entonces los números telefónicos eran de 3 dígitos, creo que el de la casa del Inspector de Sanidad Antonio Ruiz, mi papá, era el trescientos y tanto.
En esos años los televisores eran artículos de lujo. Por lo que había que hacer cola para ver algún programa de Radio Caracas TV o la Cadena Venezolana de la Televisión en la casa de Doña María Torres en la Uonquén E, que se llenaba de muchachos. Luego mi padre el Inspector o Doctor Ruiz como le decían algunos compró el suyo, y pudimos ver programas y series de moda, entre otros Los Tres Chiflados, Ultra Siete, Monstruos del Espacio, Mister Magoo, La Pandillita, el Programa Sin Nombre, Así es Mi Tierra de Don Luis Brito Arocha, la Feria de la Alegría, Operación Contacto con Isa Dobles.
En ese tiempo además de televisión la gente escuchaba Radio Guayana 820 en Amplitud Modulada- Esa era la emisora pionera y única de Upata por 30 años consecutivos, cuya antena visible a la distancia en el camino a El Guamito le dio nombre a un sector de la ciudad cercano a Bicentenario. La radio que tenía como propietario a Sócrates Hernández, radiodifusor de Tucupita, transmitía los juegos del Béisbol Doble A desde el estadio Simón Chávez, con las voces de José Felipe López como locutor comercial y Eligio Ojeda Camasa en rol de comentarista, no recuerdo quién relataba os juegos. También esa emisora se conectaba a la cadena de transmisión de las carreras de caballos de La Rinconada, con la voz de Aly Khan, y los juegos de los Leones del Caracas, narrados espectacularmente por Delio Amado León y Carlos Tovar Bracho, que era el circuito líder de la pelota rentada venezolana. Recuerdo que los estudios de la radio estaban en la calle Ayacucho entre Sucre y Unión y luego en el Edificio Ortega.
La emisora obviamente por ser la única de pueblo tenía mucha sintonía, con sus programas en vivo, que incluían sorteos, programas de variedades los domingos, música permanente, y programas de opinión política esos no existían pues en esa época Upata no era muy dada a las diatribas partidistas, ya que adecos y copeyanos que eran la mayoría electoral convivían en sana paz. En esos años la más escuchada de las nacionales era Radio Rumbos, sus novelas, y noticiero, y Radio Continente. También sintonizábamos las emisoras de Ciudad Guayana Radio Caroní, Radio Canaima, luego llegarían Radio Sur, y posteriormente Mundial 880. Y de Ciudad Bolívar en equipos de mejor recepción se podían escuchar Radio Bolívar y Radio Orinoco.
Cada día una aventura
De los juegos populares y de azar por supuesto había de todo, con las barajas ajilei, 31, carga la burra, chichón,guerra, teníamos los voladores o cometas aprovechando las ventoleras de marzo y abril. Jugábamos con los boliches, con los trompos de madera de guayaba y sus variantes se hacían las troyas, con figuras, asestando golpes de gracia a los trompos más débiles o descuartizándolos con una perfecta penetración a pulso y con fuerza. Solíamos organizar las competencias de las metras o pichas que ganábamos los que teníamos más puntería y habilidad. En mi caso llegué a acumular centenares. Esas metras las metíamos en botellas o en las medias, y las escondíamos en los huecos de las bloques altos de las casas, o a veces las enterrábamos, cuidándonos de no olvidar el sitio exacto para no correr el peligro de perderlas por olvido. Las niñas preferían los juegos de el lápiz y la Semana, que eran competencias de rayuelas, el salto de la cuerda, maquiní susi o la sortija, el pañuelo, el matarirerilelon, guataque, y una larga lista que no recuerdo. A los varones también nos gustaban las carreras de rines de bicicleta con los palos como timón, pasear con los cauchos viejos de palmada en palmada, a veces con aceite en su interior para desplazarlos también con palos, las carreras con las latas de leche repletas de tierra y echadas a andar con alambres. Para los que podían o tenían con qué las bicicletas de semicarrera de cauchos finos o las montañeras eran una opción recreativa.
Local donde funcionaba el centro de venta de Corpomercadeo de Upata, hoy sede de la Mision Milagro. |
Colegio María Inmaculada, su moderna sede en Bicentenario fue inaugurada hace más de 50 años. |
Cuando éramos carajitos quizás hasta 1972 seguían llegando a los jardines y patios de las casas, el ganado vacuno, vacas, toros, novillos, becerros. Entonces no nos quedaba otra que asomarnos a los huecos de ventilación o ventanales de las casas, para contemplar a esos animales comerse parte de las matas, arbustos, hierbas y grama de nuestros terrenos. Otra situación muy peculiar se presentaba cuando los toros de la manga de coleo de Las Tablitas La Milagrosa se escapan o saltaban las barandas o talanqueras, y comenzaban a correr en estampida por las calles de la urbanización. En más de una oportunidad nos tocó escuchar el tropel de los toretes en fuga, los jinetes con sus caballos corriendo por aquellas calles y el grito de los vecinos para advertir del peligro a los niños jóvenes y adultos mayores, que a la brevedad debíamos resguardarnos en los porches y salas, para evitar ser atropellados. Con el tiempo la manga se había convertido en un sitio recreativo peligroso, por la pudrición de sus cercas, talanqueras, corrales, tribunas y área de exhibición, lo que provocó un día que su tribuna principal se derrumbara y por poco pasa una tragedia. Dado que no hubo interés en mejorarla o rescatarla como siempre la solución fue abandonarla y clausurarla, dejando aquellos terrenos ociosos, por lo que la gente lo tomó para construir sus casas, dando origen al sector Las Tablitas.
A finales de los 70 se construyó el Centro Comercial Rossi, en la recién construida Av Raúl Leoni. |
Ya con esta avenida y la Valmore Rodríguez Bicentenario alcanzó un mejor nivel de consolidación, y la comunidad en pocos meses fue testigo de una buena nueva, por la llegada de un lote de maquinarias, equipos embalados en cajones de madera y plástico, que se destinarían para la instalación en Upata de la Planta Procesadora de Yuca, o fabrica de harina, almidón, alimento para ganado y derivados de este tubérculo en general, de la cual el municipio en la época era uno de los mayores productores a nivel nacional. Aquello se conoció como el Plan Yuquero. No obstante estos equipos estuvieron allí en abandono y a la intemperie por dos o tres años, hasta que un buen día se los llevaron con rumbo desconocido. En ese terreno luego el gobierno municipal construyó varios locales muy elementales y sencillos que luego se destinaron para el expendio de verduras, pollos y carnicerías, lo que dio origen al Mercadito de Bicentenario.
A nosotros y a todo el barrio nos tocó vivir la crisis extrema de la falta del vital líquido, y la época dura del baño con el balde, el agua en barriles, los saltones o larvas de mosquitos que se multiplicaban en esos recipientes y la recolección del agua de lluvia. Ya que desde los primeros años de los 70 los tobos y los barriles eran infaltables en las casas. Bicentenario en esos años había comenzado a sentir los efectos de la crisis del agua potable, debido a que el viejo acueducto de Cupapuicito era insuficiente su caudal para la demanda del vital líquido y la presión en las tuberías era muy baja. Por toda la década del 70 el agua directa dejó de llegar a los hogares, a tal punto de que era necesario entonces recurrir a su compra en cisterna, esperar la llegada de los camiones contratados por el Concejo Municipal o acudir a la toma que se encontraban a medio metro del suelo en la esquina de la calle Upata con Orinoco. Esta crisis sanitaria que dejó a los medidores del INOS inactivos tuvo una época de alivio cuando se inauguró la aducción San Félix-Upata, que tampoco solucionó mucho, por lo que tuvimos que esperar como solución definitiva la construcción y puesta en marcha del acueducto de Guri-Chiripón-Santa Rosa a finales de los 80.
De las ventas callejeras de alimentos preparados y dulcería hay que destacar la de bolas de nieves, raspados o cepillados en sus diversos sabores, la chicha de arroz, los envueltos rellenos de papelón con queso, los turrones de coco del tío Fernando Campos, fabricado artesanalmente allá por Borbón y comercializado por sus hijos en toda la ciudad.
Recuerdo además que cada dos días se asomaba con su voz ronca el popular Pantaleta, cuyo verdadero nombre era Vinicio, ataviado con su traje y gorra de oficial de seguridad, montado en su burro de turno, con su cargamento de abono orgánico de cagajón o bosta de ganado, rodeado y custodiado por su jauría de perros criollos medianamente mansos, pero alertas.
Igual era frecuente la llegada del vendedor de verduras con su grito o pregón de tengo auyama, tengo yuca, tengo ocumo, un señor de mediana edad pero ya entrado en arrugas que los muchachos más tremendos de Bicentenario lo apodaban "Sangre Yuca", quien era de apellido Berenguel, todo un personaje, bravucón y serio, capaz de enfrentarse a los más traviesos cuando recibía además de burlas, gritos de imitación de su pregón. En esos tiempos abundaban los "Zapateros lambe cueros", los zapateros ambulantes de origen sirio libanés, o turcos, que recorrían las calles de la urbanización y el pueblo con su bolso cuadricular de cuero, del cual sobresalía su trípode de acero o burro, para asentar y trabajar los zapatos a reparar. Eran por lo general extranjeros recién llegados jóvenes o de mediana edad, de contextura fuerte que la única palabra que expresaban con claridad en español era "Sabatero, Sabatero, Sabatero", muchos de ellos con un castellano muy elemental, que cuando se conseguían al paisano árabe, zapatero también o vendedor de sábanas y cobijas, o telas “corte barato”, nos sorprendían y deleitaban hablando su enredada lengua nativa, por la sencilla razón de no entenderles nada y hacer peripecias mentales para tratar de imaginar que estaban diciendo.
Bicentenario y toda Upata era el pueblo de los deliciosos pocicles y los helados de vaso pequeño o mediano de frutas, mango, parchita, catuche, coco, moriche, o los cremosos de toddy, colita con leche y natilla. Era también el territorio de las empanadas y pastelitos que niños y jóvenes vendían en la calle o casa por casa guardados en sus ollas metálicas,como alternativa de supervivencia de algunas familias de escasos recursos. Porque era frecuente que algunos niños de hogares muy limitados económicamente se dedicaran a oficios varios, limpiabotas, vendedores de periódicos, limpiadores de patio, para ayudar con el sustento a la familia. Rememoro que cuando el pequeño vendedor era un poco quedado los malos o traviesos del barrio no perdían la oportunidad de esconderles la olla si se descuidaban y en ocasiones lo distraían para sacarle con cuidado y sigilosamente una o varias empanadas o pastelitos, lo cual era una desgracia para el vendedor. Tuvimos la oportunidad de verlos llorar desconsolados por haber perdido así parte de la mercancía, por la angustia de llegar a casa sin el dinero correspondiente y exacto de la venta. Aunque eran travesuras de la edad juvenil temprana, obviamente aquella costumbre despiadada y burlona de quitarle a esos muchachos parte de su producción era muy malvada, digo yo, desde todo punto de vista. Menos mal que con el tiempo se dejó de hacer este tipo de maldad.
De marcas, carros y alimentos
En otro orden de ideas hay que destacar que en esta economía de supervivencia no había mucho espacio para mayores comodidades. Los aire acondicionados eran muy escasos y caros, no todos podían darse el lujo de comprar y disfrutar de un buen Tocadiscos pick up de caja de madera pulida y elegantes, o de los más modernos 3 en 1, tocadisco, radio y casettera Philips Pionner Sanyo, que se hicieron más comunes en los 80, los televisores grandes la TV de blanco y negro de más de 20 pulgadas eran privilegio de pocas familias en los 60 y 70, hasta que su presencia se hizo masiva en los 80 en cada hogar, en la humildad de aquellos hogares en vez de sofás o juegos de muebles a veces el presupuesto solo daba para las sillas de mimbre, los comedores de cuero y madera. Las motocicleta escasas también, solo se veían las vespas italianas, que eran de trabajo, las motos tipo triciclos también de trabajo, hasta la llegada y popularización de la motos de paseo Yamaha de 50 cc las Chappy que fueron la gran novedad y moda de finales de los 70, al igual que las motos Enduro todo terreno de mayor cilindraje.
En cuanto a los vehículos eran relativamente fácil de adquirir para los que tenían un trabajo más estable o mejor remunerado, o eran productores del campo, los usados y los más económicos de marca americana, japonesa e italiana. En los 70 las marcas más comunes que se dejaban ver en la urbanización eran los Galaxis, Fairlane, Maverick, Granada, Fairmont, Zephyr, el LTD Landau que era un carro de lujo, había pocos en la ciudad. de la Chevrolet los más comunes eran el Nova, los Malibú, Impala, Caprice, el vistoso MonteCarlo de dos puertas, De las Chrysler sobresalían en la época los Dodge Dard, el LeBaron. De los europeos pocos Fiat, el Mirafiori, uno de los populares, todos de pequeño tamaño y muy económicos en el uso del combustible, los Renault tipo bota, el llamativo Renault 12, El Toyota todo terreno machito, el Nissan Patrol tipo jep japonés, de la American Motors el Jeep Willis modelo muy viejo y algunos Jeep CJ. Las camionetas Ford, Chevrolet, Dodge, 100 y 150, los camiones los 350, 600 y 750,Ford y Chevrolet, las gandolas Mack, Fiat, International. En esos años en Upata estaban dos agencias de Upata automotrices Aco Guayana, que vendía vehículos Jeep y Neo Espartana de Motores, que vendía camiones Fiat. Sobre este tema de los autos y las motos hay que decir que habían algunas situaciones muy extraordinarias que nos causaban interés, una era la llegada al pueblo de un algún vehículo de lujo, con esas hermosas placas en relieve del Congreso de la República, que decían Diputado o Senador. La otra era la presencia ocasional de unas motocicletas gigantescas de 750 o 1000 cc como la que lucía por las calles de vez en cuando el empresario Alfredo Naim del Comercial Naitex.
Aunque la carne de primera, el cochino, la leche tenían precios regulados, no era fácil ni frecuente en la mesa de los hogares más humildes, su consumo estaba condicionado al de los cortes más grasos, costillas, huesos de rabo, lagarto, cogote, cachete, asadura, chicharrón y mondongo, que en esa época hasta lo regalaban en el Matadero, donde era colocado como pieza no comercial. En esa década del 70 el método consumo de pollo y gallina por tradición seguía siendo el de la compra del animal vivo, y su matanza en casa, para el desplume, desviscerado y corte de las presas, en muchos patios de la urbanización los vecinos tenían sus gallineros, con abundancia de obviamente gallinas de engorde y ponedoras, pollos, gallos, patos y hasta gansos y guineos. Con el paso de los año por comodidad e higiene la gente comenzó a preferir la compra del pollo congelado.
Tradición la del carapacho de morrocoy en Semana Santa y el pescado salado, las cachapas de maiz tierno comprado a los camioneros que lo vendían a domicilio por docena de mazorcas, y las hallacas en diciembre. Empanadas hechas con manteca de cochino, o con la comercial Los Tres Cochinitos.
Del club El Manguito, en la esquina de la Orinoco con la av Raúl Leoni no queda nada, apenas un pedazo de su nombre y un terreno hoy destinado a otros usos. |
En cuanto a los negocios de expendio de bebidas alcohólicas cercanos a la urbanización estaban operativos el Club El Manguito del empresario Capulina, el Club El Campestre del empresario portugués Alexis Dos Ramos, donde se presentaban orquestas y grupos tropicales locales, entre otros el de los hermanos Bracho Maracaibo 5, Selección Uno, que luego dio paso al Flamingo, primero como club social y luego casa de apuestas en fechas más recientes. En esos años 70 no existía todavía el Hotel Andrea, inaugurado principiando los 80, cuando explotó el boom de los viajes turísticos a la Gran Sabana por la Troncal 10, ni Automotriz Piar. La CVP frente a la estación de servicio del mismo nombre hoy PDV, era otro centro de venta de bebidas y comidas con ambiente familiar, y bajando la avenida al final del centro comercial Poleo ya existía La Pajarera, otro centro social donde se presentaban agrupaciones musicales, que en sus dos ambientes el cerrado y el abierto con churuatas y pista de baile se mantuvo vigente, hasta su cierre definitivo hace unos 10 años. A mediados de los 70 había sido inaugurado el Club Los Cachilapos al final de la calle Pao, donde se jugaban torneos de bolas criollas, luego convertido en residencia de la familia Cipriani. Finalizando los 70 fue inaugurado el Centro Comercial Rossi, en su primera etapa, recordamos entre otros allí Auto Periquitos de la familia Taricani, la Zapatería Yanette, la Farmacia y Licorería Bicentenario, el restaurant de Pollo a la Broaester, toda una novedad en el sector y Upata.
De las ventas de licores, cervecerías, fuente de soda, hay que destacar una larga lista. En las inmediaciones de Bicentenario teníamos entre otras La Ponchera bajando al callejón Independencia,el bar de la Negra Robinson, Talí, El Platanal, Mi Bohío, La Matemática, Las Maravillas por la Antena, no tan cerca, Dulce Rosa, Las Flores por Santo Domingo un tanto alejado, Los botiquines de La Milagrosa, los bares Canaima I y II, el último atendido por el Negro Basanta, lamentablemente asesinado junto a un hijo de Roco Capone comenzando el Siglo XXI. Frente al Parque Bicentenario estaba El Turismo, que para nosotros los más jóvenes era una especie de sitio prohibido. Recordamos otros negocios atendidos por mujeres como el que llamábamos en los 80 La Caldera del Diablo, administrado por Maritza, una dominicana con años de residencia en Upata.
PD: En conclusión y para concordar con el relato, descripciones y las reflexiones de mi hermano Antonio Ruiz Correa sobre la evolución de Bicentenario, pertinente es reconocer que nuestra zona de vida en esos tiempos iniciales era sin duda una réplica de los modos, costumbres y patrones de consumo de nuestro pueblo con pretensiones de ciudad chica. Un sector que por fortuna de la expansión del comercio se hizo autosuficiente, a tal punto de que para sobrevivir en buenas condiciones y con cierta comodidad, salvo compras extraordinarias de muebles y enseres eléctricos, no era ya necesario alejarnos hacia el centro o el pueblo. En esos años 70 y 80 creo que comenzamos a sentir que ya no éramos una zona atrasada y al margen de la modernidad. Bicentenario ya no era el sector estancado de su primera década, ya que por obra y gracia de algunas obras puntuales de gobierno, de emprendimientos privados y la perseverancia de sus habitantes, esta urbanización en 1980, a sus 18 años de fundada, se consolidaba como uno de los sectores de mayor proyección de la Upata que para ese año superaba largamente los 30 mil habitantes.
Gracias Lic. Ruiz por la información completa sobre Upata. Me gustó. Me hizo recordar a Antonio Ruiz, gran amigo y compañero del Colegio Universitario de Caracas que su familia vivía en Upata y sus padres eran docentes.
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