lunes, 11 de abril de 2022

Bicentenario. Su génesis, expansión y episodios. III Parte

Daniel Ruiz Correa, poeta y matemático, en tono de nostalgia nos regala su pincelada de historias sobre el Bicentenario de su infancia

Calle Canaima principal, muy cambiada con respecto a la vieja vía de la Upata de los 60 y 70.

Desde la tranquilidad de su reposo el poeta, profesor y matemático Daniel Ruiz, nos hace llegar en tono de nostalgia el siguiente relato y descripción sobre la urbanización Bicentenario de su infancia. Con su verbo de poeta y buen contador de historias rememora parte de sus vivencias acumuladas, que fueron por igual las experiencias de quienes habitaron junto a él este rincón de Upata durante los inolvidables años de la década del 70,  cuando estos niños crecieron y se hicieron adultos en la misma medida en que el barrio fue creciendo junto a ellos y logró consolidarse como territorio de hábitat y  progreso material y espiritual de muchas familias que allí sembraron su nicho de vida. 

Dejemos entonces que sea el propio Daniel "Lucas" o Bum como lo llamaban en su intimidad familiar quién nos introduzca en un pasado que los ayudó a forjar su carácter y con sus vaivenes los preparó para afrontar los retos de la superación personal, profesional o humana, como adulto de bien, identificado plenamente con su entorno vecinal y con Upata su tierra, pueblo, ciudad, realidad y escenario natural y de vida, cada uno a su modo, cada uno a su ritmo y con su timbre particular, con su propia melodía y armonía, en un concierto sinfónico sin director pero con mucha calidad interpretativa. Así inicia su relato y descripción Daniel Ruiz:

Sobrenombres y amistades

De esa infancia temprana en nuestra urbanización Bicentenario, cuando comenzamos a tener conciencia del lugar que habitábamos y el entorno de amistades, compañeros de barrio, amigos, vecinos, los nombres todos se asocian con apodos. En ese entonces cada muchacho tenía su sobrenombre. Unos relativamente amigables, otros un poco más vergonzosos u ofensivos. Humberto Bálsamo el gran amigo, compañero compadre hoy ausente, fue conocido en sus tiempos juveniles como Bachaco. Él era de los más conocidos y activos en el barrio, muy travieso y osado en sus correrías por las calles, descalzo cuando niño asi andaba, incansable, dicharachero, gran jugador de carnaval con agua, con bombas, siempre presto en su infancia para el trabajo como complemento de ingreso en el hogar y aventurero en las correrías por los sabanales y cerros cercanos a la urbanización. Luego todo un dandy tropical, muy bien vestido, amante de los colores oscuros y de la buena música, baladas sobre todo, con una envidiable colección de discos y CD, y con un teclado que supo valorar. 

De su misma calle la Uonquén F sobresalía el dominante Goyo Madera, presto a no permitir a niños menores a deambular por su territorio. De la Upata B era Reyito González, gran jugador de pelotica de goma, atlético, corredor, presente en las historias y juegos, y sus hermanos Francisco Paco y Riby. Sobresalientes Los Perillas buenos jugadores de béisbol: el Gordo Perilla César difunto, Róger El Flaco, y Reinaldo "Rey" o "Maneto", futbolista destacado, buen defensa, hoy en Brasil. Carlos Márquez "Sardina" vecino y sus hermanos Rino, Gollo y Luis. Cerca de mi casa la Uonquén E-18 vivían El Piojito David Mora,ya fallecido, veterinario y su hermano Abraham. Por allí andaban correteando el Cocheo, primo de Los Perillas, el Catire Manuel de gran fuerza capaz de cargar cajas de cerveza manejando su bicicleta 24, y osado por igual para emprender largos viajes en bicicleta hasta El Callao, lamentablemente fallecido en un accidente de tránsito en la carretera vieja Upata San Félix, Hernán Catanare conversador y siempre dispuesto a la aventura, el Renco Cheo Henning, Luciano Brito Bolíta y sus hermanos Cheo "Ratón", Luis "Poloto", Rafael Cheli, Ramón, el mayor. 

De la calle Upata era Juan Centella, Rafael Garófalo, los Bermúdez: Euclides El Tuerto, Cheo, Will, Ángel, Nelson Pito, y Nene Antonio. Rafael Solano "Chucuto" beisbolista destacado, profesor de dibujo técnico, sidorista en su juventud, su hermano Obad Solano "Chulo", atleta de medio fondo, con larga partipación en eventos nacionales e internacionales, incluyendo unos bolivarianos. Por allá por la Upata vivían Los Rodríguez: Leonardo Leo, Rico, Marco Tulio, Mapito Bochuart. De los Naranjos activo siempre por las esquinas Misael "Cara e Muerto". Por la Upata C estaba también el pavo Lalo, que marchó lejos. Más allá los Palillos todo una constelación de hermanos muy activos en el Parque y ampliamente populares, y el luego famoso deportista y profesor Orlando Coa el sensei de kárate do, con su amplio palmarés como atleta de alta competencia. Activos en el barrio los Gómez, hijos y nietos de Fabricio el concejal y dirigente de AD: Facho, el Gordo Licho, entre otros, y por esa misma zona estaba El Espía hijo de la profesora Aurora Zerpa. 

La camada sigue

Por la calle Uonquén F los Peña, Iván, Víctor y Noel. Presente siempre en las tertulias el inquieto Tomás Colmenares  Huy, fallecido en accidente de tránsito, al igual que Columbo Madera, y Luis El Cachapero, quienes perecieron en un accidente en la carretera vieja a San Félix.  De esa misma calle los Machados Edgard y Pedro, hijos del excelente pelotero y ferrominero Pedro Machado "Pichón" el Viejo excelente beisbolista. De los Rodríguez Eurípides, Chichito, su hermano El Chivo José Luis y Hernán.  Franco Bálsamo hoy abogado, Tony, Rafael, hermanos de Humberto Bálsamo. Jorge el ingeniero. De  los Plazas, hijos del Charro y la señora Rosario, Abigail El Quiño, Iván y Luis Alberto, profesionales. De la calle Upata B también destacaba el expresivo Miguel Madera "Cochino e Monte" o Motilón, su hermano mayor Armando "Guamaso", y Anibal "Pomponio". De los Pollinos: Douglas, Sido y Wito. Carmelo Sciaca y Popeye hijos de la tía de todos y rezandera Blanca Sciaca, a la que era obligatoria pedirle la bendición. Sior el maestro. Ni que hablar del conversador Domingo y el audaz Reinaldo Cipriani "Erey perda la maña de la esquina porque va dormir en la calaboza", así le decía el Tuerto para molestarlo en la esquina de Matea.

También presentes por esas calles  El Culeco González otro jugador de beísbol, el Negro Isaias Barrios, con sus teorías rosacruces y conspiratorias, soldador frustrado, exmilitar, Anselmo entre Bicentenario y La Tigra de El Manteco y Luis Barrios siempre de Upata a Cantaura, todos hijos de Doña Matea. De los Ruices varones: el precoz Antonio El Coquito o Carraplana, jugador de pool, baraja y cuánto juego de azar o tradicional había en el barrio, luego docente, Juan Trapito o sapito el periodista el "Místico", César el Ñema hoy docente. Sobresaliendo con sus ocurrencias y experimentos los científicos Hernández, grandes amigos: Luis militar, retirado, Ronmel, Alfredo también militar, al igual que el coronel Pedrito y el capitán Alvaro, todos con la excepción de Ronmel formados en el Ejército. De los Espejos, hijos de Teresa Rojas, "Juan  Bimba" Gisebel, Enrique, "Memo", Cato Leonel, Carlos "Tripita" excelso conocedor de la gente de Upata y las familias, siempre muy bien informado.  Camilo Rodríguez hoy médico. Luis González El Polaco luego ingeniero, fallecido en accidente junto al inspector de Sanidad Antonio Ruiz Bombillo mi Padre. Los Coronados presentes también en las esquinas y las conversas,  Miguel hoy abogado, Alfredo Tero, excelente arquero y Alexis el mayor. De los Ojeda Henning Cheo El Renco, Wolfgan, Robert, Pimienta.

Fundadores 

De los mayores, fundadores de la urbanización, o sus primeros habitantes, cabezas de familia, padres y madres, abuelos y tatarabuelos, hoy en gran parte fallecidos podemos citar a Doña Matea, Pedro Hernández trabajador de la Diex, Teresa Espejo, Policarpio Ribas Polito ferrominero y gallero, Luis Cañas sidorista, el señor Carpintero guardia nacional retirado, Armando Rabotini empresario de la construcción de viviendas, Bolanger educador, Blas Somoza ganadero y transportista fallecido en accidente de tránsito en la vía Guasipati, Hildito Torres empresario del transporte de carga de madera a Brasil, Vallita enfermera, Marcelino Márquez propietario de bodega, Ligia Somoza y su esposo transportistas, el maestro Petterson, la Tata Hening gran jugadora de cartas, Gervasio González, el de los viajes a Caracas, el maestro subdirector del Santo Domingo Luis Meta, La Tocha y su esposo Manrique, Rosa Alvarado del sector salud, Doña Ana la mamá de los Britos obrera en el Morales, Doña Josefa de Cipriani ama de casa, el Negro Salazar propietario de la famosa Licorería Bicentenario en el CC Rossi,  Elías sidorista y la maestra Josefina que marcharon luego a Ciudad Bolívar, la señora Delia Coronado, los Cornielles, Amada Madera, la señora Estaba y su vecina Toña Robles. Doña María y sus hijos Adonay, Sunny, Luis Simón y El Negro, que marchó luego a Ciudad Bolívar, dejando solo en su casa de la esquina al ferrominero Don Baudilio. También habría que mencionar a otras famiilias y personajes memorables: La familia Suárez, los Lara, Valladares, Merisita y familia, Pedro López y familia, Bolivita, los Zerpas, todos en las calles Canaima. La familia Castro Heredia, el señor Chuno y su familia, Carmen González en la Uonquen F y E. Los Mota, la familia Naar, Esther costurera familia Campos, el profesor Filemón, la familia del profesor Ángel González, los Ruiz de la calle Canaima C, entre tantos otros que se nos escapan.

Fachada del Colegio María Inmaculada, no ha cambiado desde su construción hace 50 años.

La Esquina de Matea
 
Recuerdo que mi infancia de correrías y juegos casi siempre. Al llegar la tarde se aglomeraba la multitud de muchachos en la esquina más famosa de la urbanización la de Doña Matea. A contar chistes, e historias, hazañas y aventuras, expertos en estos cuentos graciosos el Tuerto Euclides y el Chile Madera. En esa esquina sobraba tiempo para agarrar de sopa al más quedado, hoy le llamarían bulling. Desde esa esquina se organizaban los torneos de pelota de goma, que eran de primer nivel en la calle Upata, en las noches se organizaban allí también torneos de librao y carreras de vuelta a la manzana partiendo a contravía, quien llegara primero al tay era el ganador. No eran extrañas las peleas por los motivos más extraños, por los juegos pesados, o por cuentas pendientes. Épicas entre otras la de Rafael Chucuto contra Bachaco por un motivo quizá pueril, primero Humberto lanzando voladoras a la humanidad del profe, luego a correr calle abajo hasta cruzar por el garaje y patio de Antonio Tanus al lado de Teresa Espejo, y trepar como felino un alto paredón para salvarse de la felpa de Solano. Y guardarse en la protección del hogar.

Eran tiempos de piedras, guarataras y peñascos lloviendo sobre los techos de asbestos de las casas, que quedaban agujereados por estos torpedos, era una forma sencilla práctica y certera de cobrarse las afrentas y saldar viejos rencores de muchacho. Lo cumbre era que a veces una de nuestras casas recibían este tipo de ataques y sin saber quién o quiénes eran los responsables solo quedaba el recurso de imaginar a acusar a alguien que tuviera una bronca pendiente con el habitante de la casa afectada. Desde lo alto de los árboles recuerdo la voz de Pedrito Hernández, o de Humberto, o de otro travieso burlándose de "Sangre Yuca", o del Zapatero libanés, que luego en una demostración de fuerza se cobró las burlas. A "Panteleta" se le respetaba, pues a pesar de su facha de policía con flux, cagajones, burros y perros flacuchentos, muy pocas veces era objeto de burlas.

Carnaval con agua

El carnaval en Bicentenario era todo un espectáculo, pues por una semana o dos o tres había que andarse con cuidado para no ser víctima de aquellas bombas de goma o fino plástico que terminaban por mojarnos y dejarnos adoloridos por la fuerza del impacto, algunas veces estábamos en la tranquilidad del hogar en el porche, caminando, o en una esquina reposando cuando llovían esas bombas y había que hacer peripecias para no sufrir la mojada. Con el balde o tobos también estábamos expuestos al baño de rigor, temible y jocoso el grito de "Eeeechale" del difunto Luis Cañas, entonces había que correr y bastante, esquivar y refugiarse, no pocas peleas hubo por estos baños con agua, y muchachas feroces muy serias y amenazantes que para evitar esos torpedos líquidos salían a la calle con piedras y palos para no permitir que ningún abusivo le mojara el cabello o la ropa, al tiempo que advertían que no podían mojarlas porque estaban enfermas o tenían la regla, lo que no impedía la gracia de algún valiente que en un rápido movimiento igual le asestaban el bombazo, con lo que se prendía el lío y la "sampablera". Hubo un día o tarde en que Humberto Bachaco se dio a la tarea de andar jugando carnaval con agua no muy limpia, lo que le salió caro, pues un grupo de damas, entre otras María Polito, Noretza, la señora Ramona, lo agarraron descuidado y ,además de recriminarle su comportamiento, le devolvieron el mandado y le dieron un baño con barro, de cuerpo entero, dejándolo enchumbado y convertido en una escultura de tierra. Aprendió la lección el bueno de Humberto, que jamás volvió a usar agua sucia en el carnaval. El Carnaval siempre era la fiesta del agua en su lunes y martes, y de vez en cuando dibujos en las aceras, bambalinas, pinturas en el asfalto, pintas en el asfalto, y disfraces al atardecer, cuando desde el Concejo o un Comité Organizador del pueblo se abrían concursos para premiar a la calle mejor adornada. 

En diciembre dame mi aguinaldo

De diciembre lo típico los trikitrakis, con su leve explosión, pocos tumbarrachos, que eran caros y peligrosos, algunos silbadores, y solo el 24 y 31 de diciembre los cohetes. La tradición de los aguinaldos, con cuatro, baldes de tambor, voces desafinadas, gritos, y "deme mi bolivita", tuvo su vigencia hasta finales de los 70, cuando nos reuníamos para organizarlos. Nos tomaba varias horas la ronda de visitar las casas, para interpretar las parrandas, dos o tres canciones cortas, improvisadas, antes de la recompensa de rigor, pero ésta no siempre llegaba, solo un silencio a veces, en ocasiones un grito de protesta del dueño o dueña de la casa para que dejáramos el fastidio, en otras no se podía hacer nada  porque en vez del vecino se nos asomaban peligrosos perros guardianes, que obligaban a tomar los peroles y la música con otro rumbo más seguro. Pero también había gente muy amable, que dejaba buenos aguinaldos en metálicos, monedas sencillas, nada de billetes que era mucho real, y abrían su sala para brindar un refresco, un jugo, compartir un dulce, o darle las gracias a los muchachos. Ya en los 80 la gente dejó de ser tan receptiva, había ya más peligro en la calle, muchachos con malas costumbres, delincuencia, y esto ocasionó el fin de esta tradición pueblerina. En fin diciembre era aguinaldera, de grupitos corales en la escuela cantando "sublime ideal de la inspiración llévamente al portal"... aunque la gaita zuliana de a poco se introdujo con fuerza con Rincón Morales, y otros grupos. Y los patines de cuatro ruedas tuvieron su breve moda durante dos o tres años, y luego desaparecieron. Navidad era sobre todo de hallacas y nacimientos, luces sobre ventanas y arbolitos, y caña pareja para los más grandes.

El moderno Bicentenario se impone sobre la tradicional fachada de sus viviendas obreras.
Travesuras en la manzana
 
Episodios que seguir contando, historia, decenas, centenas, quizás miles, con sus muchachos traviesos de protagonistas, con los adultos mayores, los viejitos, los tomadores de caña, que los había de todos los gustos y colores, y los chamos ya más crecidos, después de los 14 o 15, ya expertos en el arte del cigarro y de la cerveza y el ron parejo, con la botellita colectiva en la esquina de Matea, quien cansada le recriminaba estas parrandas nocturnas frente a su casa, y en arranques extremos hasta llegó a untar aceite, grasas y otras sustancias orgánicas en su paredón, para evitar que lo usaran de asiento. 

Clásico en el sector las rondas de los policías, con sus patrullas tipo camionetas o jeeps, que llegaban a veces silenciosos, para poner orden, entonces había que correr, porque muchacho en la calle después de las 9 era muchacho detenido en la comisaría principal de la calle Ricaurte con Libertad allá en el centro de pueblo, y en esas carreras había a veces insultos contra los uniformados y algunos osados llegaron a lanzar piedras, mangos, y hasta pilas a los que jocosamente llamaban "tombos", quienes no eran bien recibidos en el barrio, pero obviamente jamás se les atacó con armas de fuego, porque delincuencia organizada o maladrería no había en Bicentenario.

En otra ocasión se armó el alboroto con un viejo carro sin motor pero con sus cuatro ruedas, estacionado en un patio, un wolswagen escarabajo, el cual un grupo sin oficio y con ganas de echar bromas, lo tomaron prestado de su estacionamiento, para corretearlo por las calles cercanas, y dar un paseo que fue épico, porque para cruzar o enderezar su correcto tránsito había que hacerlo empujándolo hacia un lado, o alzándolo en vilo. Esta aventura terminó de un porrazo en la calle Uonquén E, cuando en estampida y sin tiempo a frenar su alocada marcha, fue a dar al patio de Doña Nieves, del cual había sido extraído sin permiso. Por fortuna no venía otro carro y no hubo heridos por el impacto final contra un montículo de tierra y basura en ese patio. Por cierto ese pobre carro terminó quemado, cuando alguien tuvo la mala idea de lanzarle un artefacto pirotécnico, que lo transformó en una antorcha y luego en chatarra.

Laguna Larga y el cerro El Toro

De los paseos inolvidables y frecuentes entre junio y septiembre los viajes en grupo a Laguna Larga, por el camino de La Campiña en construcción y la capillita del asfalto antes de la subida al Matadero Viejo. Por esa ruta se pasaba por el vivero y los pinos, arenales y barriales, antes de la llegada al balneario, cuya creciente en junio, julio, agosto, hasta septiembre era su mejor época para la recreación y los torneos acuáticos, en medio de aquel paisaje de algarrobos y matas de aceites que daban cobijo a su mansa corriente, mientras en los matorrales cercanos se encontraban a buen resguardo las burras, las bichas, tan abundantes y solicitadas por los muchachos en sus correrías.

El otro sitio más visitado era sin duda el cerro El Toro,por la ruta de Santo Domingo o la de Sierra III, que apenas era un barrio de casas dispersas, con la parada obligatoria en el tapón de La Viuda, arriba épicos los paseos y baños en la quebrada de El Caballo, y El Dique de Pipito Lanz, antes de llegar al conuco de Pilar y su grito de saludo "Hoooooo",  quien era habitante y vecino principal del piedemonte del topo de la Mesa, que colindaba con el Toro. En otras ocasiones inventábamos el paseo por el costado de cerro Guacarapo para enrumbar hacia la vía La Carata.  Volviendo al Toro, allá arriba recorríamos todas las picas posibles y hasta teníamos el atrevimiento de recorrer la cueva del cerro, con la ayuda de cuerdas, mecates y lámparas, para ver hasta donde llegaba su galería principal, que en espiral penetraba en lo profundo. Agachados por lo estrecho de la cueva pudimos comprobar que no era sino  un refugio, que terminaban en una gruesa pared de piedras sulfurosas. Nada que ver con leyendas de candados, o caminos interminables que atravesaban el pueblo y terminaban en otras cuevas del otro lado del valle del Yocoima.

Euclides no era matemático

Recuerdo triste y el de una tarde, cuando corrió como polvora la mala nueva del accidente de Euclides Bermúdez, víctima de un palo filoso lanzado a un mangal en el parque Bicentenario por un compañero de juego, quien fue alcanzado en uno de sus ojos por esa vara, quedando ciego y por lo tanto tuerto, lo que no lo frenó en su alegría habitual, y su capacidad infinita para inventar historias y chistes, y la destreza para congeniar y hacer amistades en el barrio. Primero hijo adoptivo así decía él, de Blas Somoza, y luego como trabajador o ayudante de Jacinto Puleo. Tragedia aún más lamentable la de un vecino adolescente de apellido Coa, quien en un juego en un patio fue lanceado por un objeto filoso, que le penetró por la sien y lo dejó sin vida. A raíz de estos accidentes nuestras madres por meses nos tenían prohibido andar inventando aventuras en la calle y en especial en el parque, que ninguna culpa tenía de nuestros inventos y juegos de Tarzán y otras ocurrencias de muchacho.

Otro viaje emblemático en las cercanías del barrio, era el paseo a las Ruinas así llamadas las columnas y escalinatas y porciones de techo de una construcción abandonada, que iba a ser la sede de la Fundación del Niño. Eran dos edificios a medio construir que luego serían utilizados como estructura del núcleo de la Universidad de Guayana de Ingeniería de Industrias Forestales. En esas ruinas en diagonal a la primera redoma de la avenida Valmore Rodríguez con la calle Orinoco y la entrada a Banco Obrero,  se organizaban reuniones y conversas, que eran la excusa perfecta para el consumo de varias botellas de licor.

Las correrías, los paseos en ocasiones llevaban a los muchachos a visitar otros lugares, como el tapón de Banco Obrero, el tapón del Burro, recuerdo que igual recorríamos la quebrada de El Caballo y otras pozas para buscar los pescaítos, viejas, guabinetas, y otras especies menores, que luego exhibíamos en envases de vidrio de los grandes. Nunca faltaban los vivos que le vendían a los más pequeños los renacuajos o sapitos lipones, con el cuento de que eran peces, todo un engaño muy frecuente en esos tiempos.

La vieja casa de Ligia en la actualidad, casi sin cambios, a un costado estuvo su pequeña bodega.

Casas de aparecidos y brujas
 
En fin Bicentenario era una fiesta de travesuras, colores, historias, cuentos, chistes, peleas, leyendas. Como aquella de las brujas que eran capaces de volar por los patios, solares, posarse en las ramas de los árboles, aunque nunca entendimos cuál era el propósito de su existencia, pues no sabemos de maldad alguna que hayan hecho en el barrio, donde sin embargo no faltaban las acusaciones de que tal o cual vecina eran hechiceras, fumadoras de tabaco, y que maldecidas las habían visto buscando sal en las mañana. De muertos y aparecidos nuestro mayor temor era a la casa ubicada entre la de Matea y los Márquez, en la Uonquén E que se hizo famosa por la presunta existencia allí de "espíritus o aparatos", que eran capaces de encender televisores, abrir puertas de nevera y cuartos, sonar objetos, y aparecerse de golpe a los que moraban en ese espacio. Gracias a esos espíritus o muertos como les decíamos los que moraban esa casa no duraban mucho tiempo como inquilinos de ese inmueble. Otra casa misteriosa y que nos daba mucho miedo entonces era la de la esquina de la Canaima A, al lado de la vivienda de Marcelino Márquez, que siempre estaba oscura, casi vacía, deshabitada, repleta de matas de mango, que pocos osábamos trepar para buscar sus frutos en tiempo de cosecha. Decían o contaban que allí se había ahorcado alguien y no faltaban historias tenebrosas sobre la aparición de ese muerto en esa casa.
 
Gallinas y parrandas

Maldades de muchacho muchas. Una de las más frecuentes era la de brincar paredones y apropiarnos indebidamente de gallinas y pollos, para la preparación de ricos sancochos y aguaítos, que nos facilitaban pasar la noche y aderezar con buena comida las veladas etílicas de entonces. Osados y valientes los trepadores, que corriendo el peligro de ser mordidos por un perro bravo, o descubiertos en su pillaje, realizaban estas incursiones hamponiles de baja monta. No se salvaban ni las gallinas épicas de gran tamaño, como aquella hermosa Rosseta de casi 5 kilos, que estaba siendo engordada para un bautizo, y que de golpe y porrazo desapareció, dejando desconsolada a su dueña.

De las fiestas hogareñas famosas las de Don Luis Cañas, durante muchos años, organizador de tertulias de fin de semana, juegos de barajas, y bailes al ritmo de los Melódicos, la Billos que se escuchaba menos, y las orquestas tropicales de moda, Los Blancos, Las Blender, Los Máster, Los Originales, Darigil y su Combo, entre otros; hay que decir que la salsa, fuerte en Caracas y el Caribe, en Upata era un género poco escuchado, a tal punto de que ni Oscar D León ya exitoso tuvo éxito en una presentación en el pueblo. En la casa del Viejo Ruiz, fueron también recurrentes las serenatas del Cuarteto Caroní, que luego de su programa dominical en Radio Guayana acudían allí con su ración de botellas para rematar su periplo musical con boleros y otros ritmos tradicionales, interpretados por magistralmente por cuerdas y voces. Era la década de Los Terrícolas, los Angeles Negros, Punto Sur, Leo Dan, Jairo y su Alma Golondrina, iniciaba Juan Gabriel "lloviendo esta", y finalizando la década el boom de Miramar y su "por qué tú no me quieres". El barrio y sus ritmos, la gente de Bicentenario y sus gustos musicales dan para un tratado, para un largo relato, que está pendiente escribir y divulgar. 

En la calle se hacía la historia

Por esa misma calle siempre el sonido inconfundible de los gallos de pelea de Polito, vecinos de todos, la presencia retadora de Zoila, magallanera como pocas, peleando con los caraquistas del barrio, que eramos amplia mayoría. Los Científicos Luis y Ronmer realizando sus experimentos químicos y físicos, y organizando junto al menor Alfredo El Pirata peligrosas carreras por lo alto de las gigantescas matas de mango, que por la gracia de Dios no terminaron en graves accidentes. El Negro Juan Bimba, allí frente a la casa de Teresa reparando su camioneta roja, y organizando viajes para llevar las ramas de basura a los sabanales lejanos, o en ocasiones invitándonos a viajes más largos a Guacamayo o su finca de Matajey.

Recuerdo a Hildito regresando de su viaje a Brasil con su carga de madera aserrada, limpiando sus 750 de tanto barro acumulado, y alborotando la calle con sus anécdotas y bullicio. Los hijos de Don Ruiz y Baudilia cerrando la casa para evitar la invasión de la sala con tantos espectadores de la televisión en las horas vespertinas.

Rememoro en junio la aparición de los bachacones culones, miles volando por calles y casas, y los niños jugando con estos bichos, incluso apilandolos por docenas en frascos, que luego encendíamos con papel para ver como se carbonizaban.

En junio fue aquel episodio de la tarde de fuego, que nos generó angustia, temor cuando el cielo se puso rojo, dorado, amarillo, un tono extraño y apocalíptico que luego dio paso a una tormenta de fin de mundo, donde los truenos y centellas no paraban de sonar y espantarnos, obligándonos a meternos en los cuartos a cobijarnos para no ver tanto rayo y taparnos los oídos ante tanto estruendo, tormenta épica que obligó a nuestra abuela Alejandrina Correa, la madre de mi madre, a colocar las cruces de palma sobre agua en una ponchera, para intentar por la fe de acallar la furia de la naturaleza.

Fue en junio o julio el episodio de aquel estrépito desconocido, como un temblor seco, que resultó ser el derrumbe de una grúa enorme de construcción que estaba instalada al lado de la Panadería Central, en la avenida, y que había caído sobre una farmacia cercana. En tropel fuimos a ver que había pasado, y nos asombramos al ver aquella estructura caída en medio de la avenida Raúl Leoni, un tramo sobre la farmacia Bicentenario y el otro casi rozando la acera del centro comercial Rossi, y un carro medianamente impactada. Suerte que no hubiera víctimas.

Objeto volador

Finalmente debemos referirnos a un mes desconocido una noche la gritería del barrio, por la presencia de unas luces extrañas, como platillos que crecían y se hacían chicos, volando a baja altura sobre la lejanía del oeste, quizás por la zona del estadio Simón Chávez. Media urbanización acudió en masa a ver aquel posible avistamiento de OVNI, que fue la gran historia de ese año, quizás el 1977 o 1976. Una gran mayoría de vecinos, entre ellos yo, presenciamos ese fenómeno, aquella experiencia fue real, no fue inventada, y nos marcaría para siempre.

Así con estas historias vividas y contadas, sufridas y gozadas, culminamos este sencillo homenaje tributo a Bicentenario, un sector que puso en nuestro ser su huella indeleble, y que siempre será recordado como el espacio amable y extraordinario donde aprendimos el valor de la solidaridad, el compañerismo, la alegría de vivir sanamente, de explorar y entender que junto a nuestra familia allí estaban nuestros pequeños y grandes vecinos, nuestros mayores, padres, abuelos, enfrentando y alcanzando metas comunes. Como la de construir nuevas familias, emprender proyectos, alcanzar metas profesionales y ser sobre todo buenos hijos de esta ciudad de Upata, que en sus 200 años tuvo la oportunidad de parir y darle alimento espiritual y físico a esta urbanización, pionera del crecimiento y expansión de la que se ha consolidado, a pesar de sus carencias, como la tercera ciudad del estado Bolívar.

Antes de su muerte en 2019 así lucía el viejo Abuelo, el carocaro de nuestro Parque Bicenentenario, un hermoso ejemplar con más de 60 años de vida como testigo de tantos episodios de la historia menuda de este sector de Upata. 

Saludos al Abuelo. Al caro caro inolvidable del Parque 
 
Para terminar rindamos homenaje al Viejo Caro, Amigo, Arbol Septuagenario Octagenario, no sabemos, Compañero del Parque Bicentenario, que hace tres o cuatro años, se rindió ante el embate de sus enemigos orgánicos y la ausencia de un plan fitosanitario que lo rescatara de su repentina muerte, así lo escribí para el blog Hemisferio Sur Guayana de mi hermano Juan Ruiz Correa el periodista: 

"El parque Bicentenario es un referente lúdico para  mi generación, cuántas aventuras se tejieron en su seno: juegos en el tobogán, en el laberinto,  partidas de beisbol, futbol y basket. Nosotros los niños de entonces, resarcimos de sus cenizas el parque que estaba sumido en el abandono, no lo dejamos morir, poblamos sus espacios con nuestra presencia, por esos promontorios de basura y de monte; allí estábamos  atrapando guaricongos, comiendo merey, o elucubrando la travesura del día. En este ambiente, el Abuelo siempre estuvo allí, cobijándonos bajo su sombra, en silencio,  a lo mejor susurraba palabras, que el viento se llevaba en la tarde, no comprendíamos su idioma ¡solo los pájaros lo entienden!Siempre lo veíamos dubitativo ¿Será filosofo el Abuelo? ¿Cuántas conversaciones escucharon sus frutos-orejas  prendidas entre sus ramajes? Es un espectáculo aún, observar su concha hiperbólica desperdigada como cangrejo por el suelo.  ¿Será que el Abuelo es geómetra, un viejo matemático obsesionado por la geometría hiperbólica?  

Caro Caro Abuelo de abrazo eterno y de sombra buena, permítame adentrar  mi inspiración en el camino hiperbólico de tu fruto, para brindarte un poema, como  eterno agradecimiento por haber signado  mi infancia y aún mis días con tu presencia". 


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