 |
Desde los lomeríos de las cuevas de la serranía de El Toro, se divisa la zona de El Jobo, comunidad rural al este de Upata, con sus colinas boscosas y el valle donde se alternan áreas de cultivos y la zona protectora de la naciente de la quebrada El Onoto.
|
Reflexión
y análisis geográfico histórico sobre El Jobo y El Toro
El texto siguiente es una
aproximación inicial a un estudio más profundo, inconcluso
obviamente, que está pendiente por hacer, de la comunidad de El
Jobo, un sector tradicional de Upata, ubicado en uno de los valles
interiores de la Serranía de El Toro, a este de la ciudad.
Introducción
al tema: El Jobo toponimia olvidada
Para
desentrañar el por qué la denominación geográfica o toponímica
El Jobo, ha entrado en desuso en el ámbito local y oficial de Upata
y el municipio Piar, debemos adentrarnos en el análisis
histórico-geográfico del topónimo "El Jobo," una
denominación local que, según la tradición y la documentación
disponible, está intrínsecamente ligada al actual Cerro El Toro, un
accidente geográfico emblemático ubicado al este de la ciudad de
Upata, capital del Municipio Piar en el estado Bolívar, Venezuela.
La investigación busca reconstruir el perfil histórico y
socioeconómico de esta comunidad rural, a menudo invisible en los
registros formales, y examinar su relevancia en el contexto del
desarrollo de la Guayana venezolana a finales del siglo XIX y
principios del siglo XX.
Upata
fue fundada el 7 de julio de 1762 por los Padres Capuchinos Catalanes
como una "Villa de Españoles" y se estableció como la
capital del sector Este de las Misiones del Caroní.
Esta fundación no fue un acto casual, sino que respondió a una
vocación agropecuaria deliberada, configurando su economía
alrededor de la ganadería y la agricultura desde sus orígenes. La
ubicación estratégica de la villa en el Valle del Yocoima la
convirtió en un punto neurálgico para la actividad comercial,
especialmente a finales del siglo XIX, cuando servía como un eslabón
vital entre la población y los ricos pueblos mineros de la región.
El
objetivo central de este reporte es aclarar la dualidad toponímica
entre "El Jobo" y "Cerro El Toro" a partir de las
fuentes consultadas. Segundo, se analiza la importancia de esta
comunidad en el marco de la economía de subsistencia de la región,
que se basó en la agricultura y la cría. Finalmente, el informe se
enfoca en evaluar la viabilidad de encontrar registros detallados de
esta comunidad en los documentos demográficos y cartográficos de
finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, un período
crucial para la consolidación de la identidad nacional y la
organización política del país.
La
Toponimia y la Geografía de un Cerro Histórico: De "El Jobo"
a "El Toro"
En
todo caso lo cierto es que el "El Jobo", sector y cerro, es una
denominación alternativa y, presumiblemente, más antigua para el
actual "Cerro El Toro". Este hecho no es un mero detalle
lingüístico, sino que refleja un cambio en la percepción cultural
y simbólica del paisaje. El nombre "El Jobo" se deriva sin
lugar a dudas del árbol de jobo (Spondias mombin), una especie
nativa que habría sido una característica botánica prominente del
área, anclando el nombre original en la flora local, igualmente está
asociado a una especie similar denominada popularmente en la zona
como “jobito”, que crece en los bosques secos de estos lomeríos
y valles que son tan típicos del sector. Dicha denominación es
consistente con la nomenclatura geográfica tradicional, que a menudo
se basa en elementos naturales o biológicos del entorno, para la
identificación toponímica de estos lugares.
La
transición hacia "Cerro El Toro" se basa en una
característica física del paisaje. La leyenda local atribuye el
nombre a un "dibujo natural sobre una piedra" en la ladera
frontal de la serranía, ubicada frente a la zona urbana de Sierra
Tres San José, que se asemeja a un toro. Este cambio de un nombre
descriptivo de la flora a uno que emana de una leyenda y una
interpretación cultural sugiere un proceso de apropiación
simbólica. La montaña deja de ser solo un elemento botánico para
convertirse en parte del imaginario colectivo local, imbricada en
mitos y relatos.
Este
proceso de resignificación es un fenómeno común en la toponimia,
donde la historia oral y la cultura popular transforman la
denominación de los lugares. En el caso de El Toro, algunas leyendas
o cuentos hablan de un mítico rumiante de gran talla que se le
aparece a los desprevenidos que se pierden o andan desorientados en
horas nocturnas en la serranía. Algunos dicen que es guardián de la
enorme cueva nunca vista en el Cerro, donde un gran candado impide a
curiosos y buscadores de tesoros, penetrar y violar los secretos,
reliquias, y joyas, que se ocultan en estos túneles, que según
algunos más imaginativos están conectados con otras cuevas ubicadas
hacia el poniente en el Cerro El Corozo. Son cuentos difíciles de
creer, porque resulta imposible construir una galería de 5
kilómetros de cerro a cerro, sin ningún tipo de ventilación, y
desgajando la dura roca del Macizo de Guayana que aflora por todo el
Valle del Yocoima, y evadiendo los acuíferos que también forma
parte del subsuelo de la ciudad.
La
Geografía, la Leyenda y la Realidad
El
Cerro El Toro se eleva en sus parajes desde los 430 hasta máximo 670
metros sobre el nivel del mar y se ha consolidado como un refugio
natural de gran biodiversidad. Se describe como una zona de lomeríos
que forma parte de la serranía de El Toro, con valles, quebradas y
cascadas como la de la Quebrada del Caballo, que han servido como
puntos de recreación para los habitantes locales. Aparte del aspecto
recreativo y natural, la leyenda de los tesoros escondidos por los
misioneros para protegerlos de las tropas del Ejército Libertador en
sus cuevas o refugios subterráneos añade una capa de misticismo al
lugar.
A
pesar de su valor natural y cultural, el paisaje del El Jobo-El
Toro se enfrenta a una amenaza constante. La voracidad de la
agricultura, la presencia de ganado, las quemas y las talas continuas
están provocando su destrucción y deterioro. Esto representa un
conflicto entre la preservación del patrimonio natural y las
actividades económicas que han definido a la región. El mismo tipo
de patrimonio vegetal (el árbol de jobo), los zapateros, el palo
blanco, los chupones, yagrumos, indios desnudos, yucuares, entre
otras especies de bosques secos o sabanas están siendo degradado por
la expansión agrícola y ganadera, y las recurrentes quemas
forestales, reflejando una tensión de larga data entre el desarrollo
económico y la conservación del ecosistema.
La
Comunidad de "El Jobo": Entre la Ganadería y las Crónicas
de Subsistencia
La
historia de la comunidad de El Jobo está intrínsecamente ligada al
desarrollo económico de Upata. Desde su fundación, la villa se
orientó hacia la actividad agropecuaria, con los hatos misioneros
sosteniendo una economía que producía ganado en pie, carne, cuero,
queso y leche para el consumo interno y la exportación. A finales
del siglo XIX, Upata consolidó su rol como un importante centro de
explotación ganadera, con hatos en manos de diversos propietarios,
tanto nacionales como extranjeros.1
Upata
también se convirtió en un nudo de transporte terrestre, conocido
como "la Upata de los Carreros". Carretas y vagones,
tirados por bueyes y mulas, transportaban las cargas de oro y los
productos importados desde los pueblos mineros del sur de Guayana.
Esta actividad de arrastre y comercio no motorizado no solo generó
riqueza, sino que también estructuró la vida social y económica de
la región, con Upata en el centro de esta dinámica comercial y
productiva. La vida rural en los "fundos" o parcelas de
subsistencia se inscribe en este modelo, en el que las comunidades
como El Jobo contribuían con sus productos a la economía mayor de
la villa.
 |
Agricultura de hortalizas a un costado de la vía a El Jobo.
|
Referencias
a la Comunidad de "El Jobo"
Las
referencias directas a la comunidad de "El Jobo" son
escasas, pero altamente significativas. La única mención formal lo
sitúa como un topónimo rural en el contexto de un sector mayor.
Esta referencia indica que El Jobo no era un centro urbano formal,
sino un caserío, un sector, o un conjunto de parcelas de
subsistencia. La historia de la comunidad se inscribe en la periferia
de Upata, y su historia es la historia de la vida rural en la región.
En reciente sondeo por los informes censales del Gobierno Nacional,
pudimos obtener como dato el hecho de que este caserío o sector para
el año 1920 tenía una población de 139 habitantes, 71 varones y 68
mujeres, que estaban residenciados en un total de 17 viviendas. Estos
datos están contenido en el IV Censo de Población de la República
correspondiente al referido año.
Esta
interpretación se ve reforzada por los relatos de las crónicas
locales, publicadas por la organización Baluartes de Upata, o el
cronista Eligio González, que documentan las vivencias y anécdotas
de la vida rural en Upata, y describen el día a día en los "fundos"
y la economía de subsistencia, proporcionando un valioso contexto
para comprender la vida en una comunidad periférica. La
invisibilidad de El Jobo en los registros oficiales, salvo la mención
en el Censo de 1920, no significa su irrelevancia histórica; por el
contrario, su historia es un microcosmos de la narrativa más amplia
de la actividad agropecuaria que ha sostenido a la región por
siglos, a pesar de su ausencia en las grandes crónicas.
El
Silencio de la Cartografía Histórica
La
búsqueda del topónimo "El Jobo" en mapas antiguos de la
región de Guayana y el estado Bolívar arrojó resultados
determinantes. Un hallazgo central es que la "Carta de Cantón
de Upata" del Atlas Físico y Político de la República de
Venezuela, elaborado por el coronel Agustín Codazzi y publicado en
1840, no incluye el topónimo. Codazzi, un renombrado cartógrafo y
explorador del siglo XIX, produjo uno de los primeros atlas modernos
de América Latina.
La ausencia de "El Jobo" en un documento tan
exhaustivo para su época sugiere que la comunidad aún no estaba
poblada, lo estaba de manera dispersa, o no tenía la suficiente
importancia política, administrativa o poblacional para ser incluida
en un mapa oficial de divisiones administrativas, lo que valida la
hipótesis de que se trataba de un caserío de subsistencia, no un
pueblo formalmente reconocido.
No
obstante en la década de los 50 o
60 aparece la mención a El Jobo en el mapa del Catastro Minero Nacional,
donde se localiza este sector al lado de Cerro Colorado, en uno de
los relieves más prominentes localizado al noreste de la serranía
del actual Parque Natural El Toro, principal patrimonio ecológico de
Upata. (Ver mapa abajo donde el sector El Jobo aparece un punto
geográfico al costado del valle donde nace la quebrada El Onoto)
Demografía
y estancamiento económico
La
metodología de los censos de finales del siglo XIX y la primera
mitad del siglo XX se enfocaba en la consolidación de la población
a nivel de distritos, parroquias y cabeceras municipales. La
población rural, definida como aquella que vive en centros poblados
con menos de 2,500 habitantes, no se detallaba por caserío, salvo
hasta 1920 cuando se registro en la publicación del Censo
correspondiente a ese año, en plena época de Dictadura Gomecista.
Por esta razón, la ausencia de "El Jobo" en los registros
censales directos no es una anomalía, sino una consecuencia de la
propia estructura de la recolección de datos de la época. Para
comprender el contexto demográfico de la comunidad, es necesario
analizar la evolución poblacional a nivel del estado Bolívar y,
específicamente, del Municipio Piar.
Los
datos censales del estado Bolívar en el período de finales del
siglo XIX y principios del XX revelan un crecimiento poblacional
constante. Sin embargo, un análisis más detallado del Municipio
Piar y la ciudad de Upata presenta una historia de estancamiento
demográfico que contradice la tendencia regional.
La
información demográfica revela una notable contradicción. Mientras
la población del estado Bolívar crecía de manera sostenida entre
1873 y 1941, Upata y el municipio Piar permaneció en un
estancamiento poblacional durante cincuenta años, pasando Upata de
4,200 habitantes en 1881 a solo 4,000 en 1931. Este fenómeno no es
casual, sino el resultado directo de eventos históricos y políticos.
La devastación de la Guerra Federal (1859-1863), que causó cientos
de miles de muertes y la destrucción de pueblos, tuvo un impacto
prolongado en la región, que igualmente había visto mermada su
capacidad como centro de producción agropecuaria. Además, la
creación del Territorio Federal Yuruari a finales del siglo XIX y la
migración de importantes contingentes humanos de la zona hacia las
regiones de minería auríferas ubicadas más al sur, y a los centros
de recolección del purgo y el balatá mermó o mantuvo estancada la
población de Upata y sus alrededores, lo que contribuyó a su atraso
y a su aislamiento.
 |
Por la zona de El Dique se abre el viejo camino a la comunidad de El Jobo
|
El
estancamiento demográfico de El Jobo, como parte de la periferia
rural de Upata, habría sido un reflejo de esta misma dinámica. No
fue hasta después de 1941 que la población de Upata y su municipio
experimentó un crecimiento explosivo, casi duplicándose en diez
años. Esta revitalización demográfica estuvo directamente ligada
al inicio de la explotación industrial del mineral de hierro en la
zona, especialmente a partir de 1945 y el posterior surgimiento de
proyectos siderúrgicos e hidroeléctricos en el Bajo Caroní y
Ciudad Guayana.
Por
lo tanto, el patrón demográfico de El Jobo es un espejo de la
historia de la región: una existencia rural de subsistencia,
estancada por las consecuencias de los conflictos del siglo XIX, que
posteriormente se reinvierte en el caso de su núcleo poblacional
principal Upata, por el desarrollo minero en la segunda mitad del
siglo XX, cuando la actividad industrial siderúrgica, del aluminio y
la hidroelectricidad en la naciente Ciudad Guayana, en Guri y en El
Pao, provoca un crecimiento sostenido de la población urbana del
municipio Piar, que se concentra en Upata, El Manteco, El Palmar y El
Pao, en sus cascos urbanos.
Pero
esta situación al mismo tiempo provoca que pequeñas comunidades
como El Jobo entren en “decadencia o crisis demográfica”, por
estar localizadas en un medio natural muy poco favorable para su
expansión: por la complejidad de su relieve, y las limitaciones de
su área aprovechable para la expansión ganadera, agrícola y futuro
desarrollo urbano. Todo lo cual explica porque este sector dejó de
ser relevante demográficamente, a diferencia de comunidades como
Sabaneta, Sabanetica, Santa María, Altagracia, El Valle, Los Rosos,
San Lorenzo, Santa Rosa, entre otros, que debido a su proximidad a
ejes carreteros principales, sus extensas zonas planas, áreas con
potencial agropecuario, pudieron sostenerse como localidades
satélites de la ciudad principal Upata, en algunos casos expandiendo
su población y núcleos concentrados de población.
Falta
de Registros Micro-Geográficos
La
ausencia del topónimo "El Jobo" en los registros
cartográficos y censales de la época es un hallazgo por sí mismo.
Es la confirmación de la naturaleza de la comunidad: un caserío de
subsistencia, carente de la estructura formal de un centro urbano.
Las comunidades periféricas de este tipo a menudo permanecen
invisibles en la documentación oficial, que prioriza las divisiones
administrativas de mayor escala. La historia de El Jobo, por lo
tanto, no se encuentra en las cifras de los censos nacionales, salvo
en el ya precisado en el Censo de 1920, sino en las narrativas de la
vida cotidiana y en las crónicas locales que registran el día a día
en los fundos.
Futuras
Investigaciones
Para
una comprensión más profunda de la comunidad de El Jobo, se podría
explorar la posibilidad de acceder a archivos no digitalizados. Los
registros parroquiales de la iglesia local, que a menudo documentaban
bautismos, matrimonios y defunciones, podrían contener menciones del
lugar de residencia de las personas, incluyendo los caseríos y hatos
de los alrededores. De igual manera, los archivos notariales o de
propiedad de tierras podrían ofrecer referencias legales a las
parcelas de "El Jobo" en documentos de compraventa o
testamentos. Finalmente, una profundización en las crónicas locales
y la tradición oral podría desenterrar más anécdotas o relatos
sobre la vida de la comunidad.