
A continuación fragmento de la novela "Canaima" de Rómulo Gallegos:
"Aire luminoso y suave sobre un valle apacible entre dulces colinas. Techos de palma, techos de cinc, rojos o patinosos tejados, una vegetación exuberante, de jardín y huerta domésticos, en patios y solares. Unos montes lejanos, tiernamente azules.
—Upata –dijo Manuel Ladera–. Ahí tiene usted el pueblo de los carreros del Yuruari. Upata vive del tránsito: de los fletes de las cargas que transportan sus carros y del dinero que van dejando en ella los forasteros, cuando se dirigen al interior, hacia las montañas purgüeras y las quebradas del oro de Cuyuni y cuando regresan de allá a poner la fiesta, porque éste es el pueblo más alegre de todo el Yuruari.
—Y como es fama que éste es el pueblo de las mujeres bonitas...
—Pues ya usted verá si será agradable la fiesta. Aquellos montes azules son los de Nuria y ese farallón es la famosa Piedra de Santa María, de donde brota un agua que viene a representar aquí lo que la cabeza de zapoara representa en Ciudad Bolívar: cebo para atrapar forasteros. Ya lo llevarán allá las muchachas para bautizarlo con el agua que mana de ese peñón, a fin de que se case con una upatense y eche raíces aquí. O cargue con ella para donde prefiera, que es lo que a ellas les interesa.
—A mí que me bauticen cuantas veces quieran, pues como no estoy muy seguro de ser cristiano...
—¿A pesar de la diligencia que ya tiene hecha?
—Por si acaso no se da...
Atravesaron un riachuelo en cuyas orillas algunos carreros abrevaban o bañaban sus mulas mientras sostenían entre sí una bulliciosa charla salpicada de malicias y fanfarronerías, y entraron en la población.
Calles de tierra roja por donde corrían los ríos de oro de la puesta de sol. Carros vacíos aquí y allá, con los varales en alto y en las ruedas el barro de los caminos recorridos; otros, cargados y cubiertos con los encerados, de tránsito para otras poblaciones, dentro de las rancherías llenas de la animación de los carreros que charloteaban desunciendo las bestias, conduciéndolas a los pesebres, echándoles en ellos los haces de yerba.
Sonaba todavía por allá el trabajo cantarino de la mandarria del herrador contra el yunque, tintineaban las colleras de las mulas de otros convoyes que venían llegando o ya se ponían en camino, y aquí y allá, en las cosas y en las palabras que al paso se escuchaban –en la talabartería, la herrería o la carruajería– todo giraba en torno a la vida del carrero. En el aire flotaba el olor de las bestias. Por las conversaciones pasaban caminos. Camino de San Félix, camino de Tumeremo, camino de El Callao, camino de El Palmar... En Upata de los carreros todo viajaba.
Casuchas humildes techadas de palma carata; otras con techos de cinc, que eran las de comercio: la tienda, con cobijas de bayeta, abrigo de caminantes, colgadas en las puertas; la pulpería donde los peones que ya habían soltado el trabajo tomaban el trago de caña alborotando; otras con techos de tejas; las casas de las familias principales de la población, con muchas ventanas y lindas muchachas asomadas a ellas.
—¡Adiós, don Manuel!
—¡Adiós, mi corazón! –respondíale chancero–. ¡Qué cariñosa me saludas a la vuelta de este viaje! Aquí les traigo un candidato para la Piedra de Santa María. Dice que ya su mandato está hecho, pero no estaría de más que le echaran el agüita que ustedes saben. Váyanse esta noche por casa para presentárselo.
Y las ventanas despedían risas para las bromas de don Manuel y miradas para el forastero de años mozos y presencia gallarda. Porque en Upata, que del tránsito vivía, también el amor tenía que poner sus esperanzas en el paso de los forasteros."