Rómulo Gallegos, escritor venezolano, caraqueño, universal, autor de obras maestras de la literatura costumbrista, entre otras Doña Bárbara, Cantaclaro, Pobre Negro y Canaima, esta última publicada en 1935, con incontables reediciones y traducida a más de 15 idiomas. En Canaima Gallegos inmortaliza la figura del aventurero Marcos Vargas, en perenne lucha con tra las los espíritus maliciosos que se esconden en la tierra del purgo, el balatá, el oro y los diamantes, en la Guayana profunda de los albores del Siglo XX, cuando el manto civilizatoria era apenas un murmullo en una tierra de aventureros, hombres ganados para amasar fortunas, repartirse el poder o jugar a ganar o perder en aquellas soledades de la selva. donde también había un pequeño espacio para el amor y la solidaridad. En Canaima Gallegos describe con palabras sonoras a la pequeña población del valle del Yocoima que vislumbró en algunos de sus viajes a Guayana, y la bautiza Upata de los Carreros, en alusión a su movimiento como ruta de paso y aprovisionamiento de los mercaderes, vendedores de oro y mineros que la usaban como puente para sus penetraciones en bueyes y mulas hacia el Yuruari, el Cuyuní, en búsqueda del Dorado y la riqueza deslumbrante de las piedras preciosas y el caucho. La gráfica de 1935 ivulgada por el Centro de Estudios Literarios Rómulo Gallegos, CELARG recoge un momento de reposo del escritor de Canaima en una de sus visitas a Ciudad Bolívar.
La vieja casona llamada Casa Piar, en la calle Miranda con Piar, quizá algunas de las pocas de majestuoso porte que describió Gallegos y que ambientaron buena parte de su obra inmortal Canaima, abandonada, echada al olvido y la desidia, ya sus paredes cayeron y de ella sólo queda un promontorio decadedente, signo inequívoco de que a la Upata de los Carreros muy pocos la quieren, mucho menos a su escaso patrimonio arquitectónico, que se dibuja en estas fotografías de su casco histórico, en ruinas o a punto de desaparecer.
Al lado de la destrozada Casa Piar, el Hotel Comercio, remodelado, junto a otras casonas añejas, de principios del siglo XX, constituyen la escasa memoria histórica y arquitectónica de la Upata de los Carreros, de la Upata capuchina y de la Upata de antaño.
Antes de su caída definitiva, de su desplome, la Casa Piar en octubre de 2007 exhibía este lamentable aspecto, en julio del 2013 de ella sólo quedan ruinas y escombros, al parecer no tiene dolientes. Murió de mengua y olvido, como casi todo el escaso patrimonio arquitectónico histórico de la Villa del Yocoima.
A continuación fragmento de la novela "Canaima" de Rómulo Gallegos:
"Aire luminoso y suave sobre un valle apacible entre dulces colinas. Techos de palma, techos de cinc, rojos o patinosos tejados, una vegetación exuberante, de jardín y huerta domésticos, en patios y solares. Unos montes lejanos, tiernamente azules.
—Upata –dijo Manuel Ladera–. Ahí tiene usted el pueblo de los carreros del Yuruari. Upata vive del tránsito: de los fletes de las cargas que transportan sus carros y del dinero que van dejando en ella los forasteros, cuando se dirigen al interior, hacia las montañas purgüeras y las quebradas del oro de Cuyuni y cuando regresan de allá a poner la fiesta, porque éste es el pueblo más alegre de todo el Yuruari.
—Y como es fama que éste es el pueblo de las mujeres bonitas...
—Pues ya usted verá si será agradable la fiesta. Aquellos montes azules son los de Nuria y ese farallón es la famosa Piedra de Santa María, de donde brota un agua que viene a representar aquí lo que la cabeza de zapoara representa en Ciudad Bolívar: cebo para atrapar forasteros. Ya lo llevarán allá las muchachas para bautizarlo con el agua que mana de ese peñón, a fin de que se case con una upatense y eche raíces aquí. O cargue con ella para donde prefiera, que es lo que a ellas les interesa.
—A mí que me bauticen cuantas veces quieran, pues como no estoy muy seguro de ser cristiano...
—¿A pesar de la diligencia que ya tiene hecha?
—Por si acaso no se da...
Atravesaron un riachuelo en cuyas orillas algunos carreros abrevaban o bañaban sus mulas mientras sostenían entre sí una bulliciosa charla salpicada de malicias y fanfarronerías, y entraron en la población.
Calles de tierra roja por donde corrían los ríos de oro de la puesta de sol. Carros vacíos aquí y allá, con los varales en alto y en las ruedas el barro de los caminos recorridos; otros, cargados y cubiertos con los encerados, de tránsito para otras poblaciones, dentro de las rancherías llenas de la animación de los carreros que charloteaban desunciendo las bestias, conduciéndolas a los pesebres, echándoles en ellos los haces de yerba.
Sonaba todavía por allá el trabajo cantarino de la mandarria del herrador contra el yunque, tintineaban las colleras de las mulas de otros convoyes que venían llegando o ya se ponían en camino, y aquí y allá, en las cosas y en las palabras que al paso se escuchaban –en la talabartería, la herrería o la carruajería– todo giraba en torno a la vida del carrero. En el aire flotaba el olor de las bestias. Por las conversaciones pasaban caminos. Camino de San Félix, camino de Tumeremo, camino de El Callao, camino de El Palmar... En Upata de los carreros todo viajaba.
Casuchas humildes techadas de palma carata; otras con techos de cinc, que eran las de comercio: la tienda, con cobijas de bayeta, abrigo de caminantes, colgadas en las puertas; la pulpería donde los peones que ya habían soltado el trabajo tomaban el trago de caña alborotando; otras con techos de tejas; las casas de las familias principales de la población, con muchas ventanas y lindas muchachas asomadas a ellas.
—¡Adiós, don Manuel!
—¡Adiós, mi corazón! –respondíale chancero–. ¡Qué cariñosa me saludas a la vuelta de este viaje! Aquí les traigo un candidato para la Piedra de Santa María. Dice que ya su mandato está hecho, pero no estaría de más que le echaran el agüita que ustedes saben. Váyanse esta noche por casa para presentárselo.
Y las ventanas despedían risas para las bromas de don Manuel y miradas para el forastero de años mozos y presencia gallarda. Porque en Upata, que del tránsito vivía, también el amor tenía que poner sus esperanzas en el paso de los forasteros."
3 comentarios:
Me gusta. Es un buen trabajo divulgativo, Juan, refrescante.
Leoner Ramos.
Esa casa no es de los Celis. Esa casa era de mi familia, los Daly.El libro Canaima se refire a la unión Daly Manosalva.
A quien le importa de quién es esa ruina
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