martes, 9 de septiembre de 2025

El Dique de la Quebrada El Onoto. Patrimonio histórico y natural de Upata. En las nacientes de la Quebrada El Onoto.

 

Lo que queda de la vieja tubería de 4 pulgadas, desde esta toma de agua se enlazaba la red de suministro del vital líquido hasta el sector La Carata, y de allí al casco central de la pequeña población de Upata.

Cuando la población joven y los senderistas se adentran en el interior del espeso bosque que da cobijo al Dique, punto emblemático del Parque Natural Cerro El Toro de Upata, pocos por no decir ninguno tiene noción exacta del por qué de este muro de gran espesor fue construido en este curso de agua muy próximo a los manantiales que dan origen a  la quebrada de El Onoto. Este cauce de aguas intermitentes, de cierta abundancia en la temporada de lluvias y casi seco en el verano más crudo desde febrero hasta mayo, es junto a la quebrada de El Caballo, uno de los referentes fluviales del Parque Natural El Toro. 

 
El Onoto, quebrada con referencia directa a esta planta de cultivo y uso tradicional como colorante de caldos y guisos, nace entre las zonas campesinas de Chaparral y El Jobo, y  en un curso muy breve serpentea rodeado de rocas, por  entre los estrechos valles de los lomeríos de esta serranía, hasta bajar a la zona cercana de La Carata. A pesar de lo relativamente accidentado del terreno el Onoto avanza en declive por entre bosques y sabanas hasta posiblemente unirse por  al distante río Upata o Yocoima.  Y decimos probablemente, debido a que este cauce ha sido muy intervenido y desviado tanto para la construcción de diques y tapones, lo que provoco que gran parte de su caudal se pierda en el camino.

Los Diques. Son dos principales. Y en otra quebrada afluente del Caballo había un tercero que cedió ante la furia de la naturaleza.

 

El Dique tal como lo conocen en Upata los senderistas y visitantes del Parque Natural El Toro todavía cumple su función de represar el caudal de la quebrada El Onoto.

Desde el primer Dique discurre por entre sustratos rocosos y arenosos la quebrada El Onoto.

En los valles interiores la quebrada El Onoto ofrece este cauce más sereno.

Historia breve de los Diques

Este primer dique sobre la quebrada El Onoto no posee evidencia de una antigua tubería, posiblemente su función era contener la fuerza de la corriente o caudal de este curso de agua durante la temporada de lluvias.

Sobre esta quebrada El Onoto se erigen aún dos diques principales de enormes paredes de concreto, que están muy ligadas a la historia de Upata, por cuanto dicho cauce por algunos años entre 1940 y 1950 fue considerado como una de las fuentes principales para el suministro de agua de la población. 

La Villa del Yocoima entonces era una pequeña población que lidiaba con los desafíos de su crecimiento, siendo el suministro de agua uno de los más apremiantes. Durante años, la escasez, particularmente en las temporadas de sequía, obligaba a las autoridades y a la comunidad a buscar soluciones desesperadas y a largo plazo para asegurar el vital líquido para sus habitantes, por lo que A principios de 1940, la Cámara Municipal comenzó a evaluar opciones, y la pequeña quebrada de El Onoto se erigió como la principal fuente potencial. Los concejales propusieron la construcción de un dique y la protección de los manantiales circundantes en El Chaparral y El Jobo. En un verano "largo y cruel", el concejal Aquiles Borges propuso la obra como una medida urgente, lo que llevó a la contratación del maestro albañil Carlos Olsen para presupuestar la construcción, que incluía 40 metros de concreto, 100 cabillas y tablones para rellenar, con un costo de mano de obra de Bs. 735,00.

Mangueras para riego de los cultivos agrícolas de La Bomba fueron instaladas en fechas recientes en el Dique Principal de la quebrada El Onoto.

A pesar de estos esfuerzos, el problema persistía. En noviembre de 1941, el concejal Yépez destacó la "gran sequía" que azotaba a Upata, impulsando la búsqueda de nuevas fuentes. La mirada se posó en la bomba Santa Bárbara, un sitio ubicado río arriba del Onoto, y en el manantial de El Chaparral. Se comisionó a los concejales Juan Pablo Yépez y Eduardo Acevedo para levantar un nuevo presupuesto, y se inició la comunicación con el gerente del Acueducto para evaluar la viabilidad de traer agua desde estos puntos. El proyecto avanzó con un cálculo del costo de la tubería, estimando Bs. 4.421,25 para 830 metros. No obstante, la escasez de agua era tan crítica que una comisión tuvo que viajar a Ciudad Bolívar para adquirir los tubos necesarios, mostrando la urgencia del momento.

Avanzando en la década, la construcción del dique del Onoto siguió siendo un tema recurrente. En 1944, la Cámara volvió a proponer la obra, e incluso se ofreció el maestro de obras Pedro Pérez González a un precio razonable. Sin embargo, la decisión se pospuso, esperando un diagnóstico más completo sobre el consumo y las pérdidas por filtraciones.

Para 1947, el enfoque se amplió más allá del Onoto. Se propuso una revisión de la bomba de agua en "El Chaparral" para determinar su capacidad y, de ser viable, instalar una tubería hasta el depósito del Acueducto Municipal. El mismo año, un estudio del Ministerio de Obras Públicas sugirió nuevas fuentes como "San Lorenzo", e incluso la audaz idea de un acueducto moderno que trajera agua directamente desde el río Caroní. A la par, el Alcalde propuso solicitar la perforadora de pozos de Guasipati, y el concejal Santiago León se preocupó por la contaminación de los reservorios debido a las "sementeras" (cultivos) que se habían establecido en la zona, contraviniendo decretos municipales.

Otras alternativas: Agua de El Pao, y del propio Caroní

En un giro significativo, el Gobernador del estado informó en septiembre de 1947 sobre conversaciones con la compañía Iron Mine, que tenía planes de construir un acueducto desde el campamento de El Pao. Se planteó la posibilidad de una obra conjunta, lo que facilitaría la extensión de las redes hasta Upata. Este proyecto se afianzó y en la última sesión de 1947 se recibió una comunicación del Instituto de Obras Sanitarias confirmando que ingenieros serían enviados para negociar un acuerdo con la compañía.

Los años siguientes mantuvieron la lucha. En 1948, se habló de reparar la maquinaria Jaubank y de la necesidad de atender el deteriorado tanque de agua. También se buscaron soluciones inmediatas, como la bomba de "Los Pulgos", cuya cerca de alambre fue aprobada para protegerla. La falta de agua afectaba a los caseríos, con vecinos de Borbón pidiendo diez sacos de cemento para su aljibe y la maestra Carmen Carvajal solicitando ayuda para el caserío de Santo María. Un dato curioso es la propuesta del ciudadano Ramón Lezama L. para instalar un depósito de agua de un manantial, comprometiéndose a llevarla por tubería a su fundo y a instalar una pluma pública.

Con el embalse Cupapuicito los Diques de El Onoto entraron en decadencia

Finalmente, el proyecto que transformaría el suministro de agua en Upata llegó con la represa del río Cupapuy. En 1950, se declaró la zona de los terrenos ejidos como área de reserva, prohibiendo construcciones y actividades agrícolas para proteger la obra. La compañía IVECA de Caracas informó sobre las personas con bienhechurías en la zona del embalse de Cupapuicito, iniciando un proceso de avalúo. Para 1952, la red de tuberías matriz estaba lista, y se eligió el sitio para la sala de bombeo. En 1953, se propuso la construcción de un tanque de agua en la calle Vargas para recibir el agua desde el embalse, sellando así un largo periodo de esfuerzos y gestiones para llevar el agua a cada rincón de la ciudad.

Este recuento nos muestra una Upata en plena transformación, donde la comunidad y las autoridades trabajaron incansablemente para superar los retos y sentar las bases de un futuro más próspero y sostenible.

Los Diques hoy conservan su importancia como patrimonios históricos culturales y naturales, en medio de un bosque tropical cada vez más intervenido y amenazado con ceder ante el deterioro ambiental de su manto vegetal.  

Nota: El presente texto fue creado utilizando como base documental los libros de Actas del Concejo Municipal del Distrito Piar años 1940-1953, en recopilación y resumen del cronista oficial profesor Angel Romero.  




El Jobo: Una Toponimia de la Guayana Upatense en el Contexto Histórico-Económico del Municipio Piar

 

Desde los lomeríos de las cuevas de la serranía de El Toro, se divisa la zona de El Jobo, comunidad rural al este de Upata, con sus colinas boscosas y el valle donde se alternan áreas de cultivos y la zona protectora de la naciente de la quebrada El Onoto.

Reflexión y análisis geográfico histórico sobre El Jobo y El Toro

El texto siguiente es una aproximación inicial a un estudio más profundo, inconcluso obviamente, que está pendiente por hacer, de la comunidad de El Jobo, un sector tradicional de Upata, ubicado en uno de los valles interiores de la Serranía de El Toro, a este de la ciudad. 

Introducción al tema: El Jobo toponimia olvidada

Para desentrañar el por qué la denominación geográfica o toponímica El Jobo, ha entrado en desuso en el ámbito local y oficial de Upata y el municipio Piar, debemos adentrarnos en el análisis histórico-geográfico del topónimo "El Jobo," una denominación local que, según la tradición y la documentación disponible, está intrínsecamente ligada al actual Cerro El Toro, un accidente geográfico emblemático ubicado al este de la ciudad de Upata, capital del Municipio Piar en el estado Bolívar, Venezuela. La investigación busca reconstruir el perfil histórico y socioeconómico de esta comunidad rural, a menudo invisible en los registros formales, y examinar su relevancia en el contexto del desarrollo de la Guayana venezolana a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Upata fue fundada el 7 de julio de 1762 por los Padres Capuchinos Catalanes como una "Villa de Españoles" y se estableció como la capital del sector Este de las Misiones del Caroní. Esta fundación no fue un acto casual, sino que respondió a una vocación agropecuaria deliberada, configurando su economía alrededor de la ganadería y la agricultura desde sus orígenes. La ubicación estratégica de la villa en el Valle del Yocoima la convirtió en un punto neurálgico para la actividad comercial, especialmente a finales del siglo XIX, cuando servía como un eslabón vital entre la población y los ricos pueblos mineros de la región.

El objetivo central de este reporte es aclarar la dualidad toponímica entre "El Jobo" y "Cerro El Toro" a partir de las fuentes consultadas. Segundo, se analiza la importancia de esta comunidad en el marco de la economía de subsistencia de la región, que se basó en la agricultura y la cría. Finalmente, el informe se enfoca en evaluar la viabilidad de encontrar registros detallados de esta comunidad en los documentos demográficos y cartográficos de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, un período crucial para la consolidación de la identidad nacional y la organización política del país.

La Toponimia y la Geografía de un Cerro Histórico: De "El Jobo" a "El Toro"

En todo caso lo cierto es que el "El Jobo", sector y cerro, es una denominación alternativa y, presumiblemente, más antigua para el actual "Cerro El Toro". Este hecho no es un mero detalle lingüístico, sino que refleja un cambio en la percepción cultural y simbólica del paisaje. El nombre "El Jobo" se deriva sin lugar a dudas del árbol de jobo (Spondias mombin), una especie nativa que habría sido una característica botánica prominente del área, anclando el nombre original en la flora local, igualmente está asociado a una especie similar denominada popularmente en la zona como “jobito”, que crece en los bosques secos de estos lomeríos y valles que son tan típicos del sector. Dicha denominación es consistente con la nomenclatura geográfica tradicional, que a menudo se basa en elementos naturales o biológicos del entorno, para la identificación toponímica de estos lugares.

La transición hacia "Cerro El Toro" se basa en una característica física del paisaje. La leyenda local atribuye el nombre a un "dibujo natural sobre una piedra" en la ladera frontal de la serranía, ubicada frente a la zona urbana de Sierra Tres San José, que se asemeja a un toro. Este cambio de un nombre descriptivo de la flora a uno que emana de una leyenda y una interpretación cultural sugiere un proceso de apropiación simbólica. La montaña deja de ser solo un elemento botánico para convertirse en parte del imaginario colectivo local, imbricada en mitos y relatos.

Este proceso de resignificación es un fenómeno común en la toponimia, donde la historia oral y la cultura popular transforman la denominación de los lugares. En el caso de El Toro, algunas leyendas o cuentos hablan de un mítico rumiante de gran talla que se le aparece a los desprevenidos que se pierden o andan desorientados en horas nocturnas en la serranía. Algunos dicen que es guardián de la enorme cueva nunca vista en el Cerro, donde un gran candado impide a curiosos y buscadores de tesoros, penetrar y violar los secretos, reliquias, y joyas, que se ocultan en estos túneles, que según algunos más imaginativos están conectados con otras cuevas ubicadas hacia el poniente en el Cerro El Corozo. Son cuentos difíciles de creer, porque resulta imposible construir una galería de 5 kilómetros de cerro a cerro, sin ningún tipo de ventilación, y desgajando la dura roca del Macizo de Guayana que aflora por todo el Valle del Yocoima, y evadiendo los acuíferos que también forma parte del subsuelo de la ciudad.

La Geografía, la Leyenda y la Realidad

El Cerro El Toro se eleva en sus parajes desde los 430 hasta máximo 670 metros sobre el nivel del mar y se ha consolidado como un refugio natural de gran biodiversidad. Se describe como una zona de lomeríos que forma parte de la serranía de El Toro, con valles, quebradas y cascadas como la de la Quebrada del Caballo, que han servido como puntos de recreación para los habitantes locales. Aparte del aspecto recreativo y natural, la leyenda de los tesoros escondidos por los misioneros para protegerlos de las tropas del Ejército Libertador en sus cuevas o refugios subterráneos añade una capa de misticismo al lugar.

A pesar de su valor natural y cultural, el paisaje del El Jobo-El Toro se enfrenta a una amenaza constante. La voracidad de la agricultura, la presencia de ganado, las quemas y las talas continuas están provocando su destrucción y deterioro. Esto representa un conflicto entre la preservación del patrimonio natural y las actividades económicas que han definido a la región. El mismo tipo de patrimonio vegetal (el árbol de jobo), los zapateros, el palo blanco, los chupones, yagrumos, indios desnudos, yucuares, entre otras especies de bosques secos o sabanas están siendo degradado por la expansión agrícola y ganadera, y las recurrentes quemas forestales, reflejando una tensión de larga data entre el desarrollo económico y la conservación del ecosistema.

La Comunidad de "El Jobo": Entre la Ganadería y las Crónicas de Subsistencia

La historia de la comunidad de El Jobo está intrínsecamente ligada al desarrollo económico de Upata. Desde su fundación, la villa se orientó hacia la actividad agropecuaria, con los hatos misioneros sosteniendo una economía que producía ganado en pie, carne, cuero, queso y leche para el consumo interno y la exportación. A finales del siglo XIX, Upata consolidó su rol como un importante centro de explotación ganadera, con hatos en manos de diversos propietarios, tanto nacionales como extranjeros.1

Upata también se convirtió en un nudo de transporte terrestre, conocido como "la Upata de los Carreros". Carretas y vagones, tirados por bueyes y mulas, transportaban las cargas de oro y los productos importados desde los pueblos mineros del sur de Guayana. Esta actividad de arrastre y comercio no motorizado no solo generó riqueza, sino que también estructuró la vida social y económica de la región, con Upata en el centro de esta dinámica comercial y productiva. La vida rural en los "fundos" o parcelas de subsistencia se inscribe en este modelo, en el que las comunidades como El Jobo contribuían con sus productos a la economía mayor de la villa.

Agricultura de hortalizas a un costado de la vía a El Jobo.

 

Referencias a la Comunidad de "El Jobo"

Las referencias directas a la comunidad de "El Jobo" son escasas, pero altamente significativas. La única mención formal lo sitúa como un topónimo rural en el contexto de un sector mayor. Esta referencia indica que El Jobo no era un centro urbano formal, sino un caserío, un sector, o un conjunto de parcelas de subsistencia. La historia de la comunidad se inscribe en la periferia de Upata, y su historia es la historia de la vida rural en la región. En reciente sondeo por los informes censales del Gobierno Nacional, pudimos obtener como dato el hecho de que este caserío o sector para el año 1920 tenía una población de 139 habitantes, 71 varones y 68 mujeres, que estaban residenciados en un total de 17 viviendas. Estos datos están contenido en el IV Censo de Población de la República correspondiente al referido año.

Esta interpretación se ve reforzada por los relatos de las crónicas locales, publicadas por la organización Baluartes de Upata, o el cronista Eligio González, que documentan las vivencias y anécdotas de la vida rural en Upata, y describen el día a día en los "fundos" y la economía de subsistencia, proporcionando un valioso contexto para comprender la vida en una comunidad periférica. La invisibilidad de El Jobo en los registros oficiales, salvo la mención en el Censo de 1920, no significa su irrelevancia histórica; por el contrario, su historia es un microcosmos de la narrativa más amplia de la actividad agropecuaria que ha sostenido a la región por siglos, a pesar de su ausencia en las grandes crónicas.

El Silencio de la Cartografía Histórica

La búsqueda del topónimo "El Jobo" en mapas antiguos de la región de Guayana y el estado Bolívar arrojó resultados determinantes. Un hallazgo central es que la "Carta de Cantón de Upata" del Atlas Físico y Político de la República de Venezuela, elaborado por el coronel Agustín Codazzi y publicado en 1840, no incluye el topónimo. Codazzi, un renombrado cartógrafo y explorador del siglo XIX, produjo uno de los primeros atlas modernos de América Latina. La ausencia de "El Jobo" en un documento tan exhaustivo para su época sugiere que la comunidad aún no estaba poblada, lo estaba de manera dispersa, o no tenía la suficiente importancia política, administrativa o poblacional para ser incluida en un mapa oficial de divisiones administrativas, lo que valida la hipótesis de que se trataba de un caserío de subsistencia, no un pueblo formalmente reconocido. 

 No obstante en la década de los 50 o 60 aparece la mención a El Jobo en el mapa del Catastro Minero Nacional, donde se localiza este sector al lado de Cerro Colorado, en uno de los relieves más prominentes localizado al noreste de la serranía del actual Parque Natural El Toro, principal patrimonio ecológico de Upata. (Ver mapa abajo donde el sector El Jobo aparece un punto geográfico al costado del valle donde nace la quebrada El Onoto)

Demografía y estancamiento económico

La metodología de los censos de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX se enfocaba en la consolidación de la población a nivel de distritos, parroquias y cabeceras municipales. La población rural, definida como aquella que vive en centros poblados con menos de 2,500 habitantes, no se detallaba por caserío, salvo hasta 1920 cuando se registro en la publicación del Censo correspondiente a ese año, en plena época de Dictadura Gomecista. Por esta razón, la ausencia de "El Jobo" en los registros censales directos no es una anomalía, sino una consecuencia de la propia estructura de la recolección de datos de la época. Para comprender el contexto demográfico de la comunidad, es necesario analizar la evolución poblacional a nivel del estado Bolívar y, específicamente, del Municipio Piar.

Los datos censales del estado Bolívar en el período de finales del siglo XIX y principios del XX revelan un crecimiento poblacional constante. Sin embargo, un análisis más detallado del Municipio Piar y la ciudad de Upata presenta una historia de estancamiento demográfico que contradice la tendencia regional.

La información demográfica revela una notable contradicción. Mientras la población del estado Bolívar crecía de manera sostenida entre 1873 y 1941, Upata y el municipio Piar permaneció en un estancamiento poblacional durante cincuenta años, pasando Upata de 4,200 habitantes en 1881 a solo 4,000 en 1931. Este fenómeno no es casual, sino el resultado directo de eventos históricos y políticos. La devastación de la Guerra Federal (1859-1863), que causó cientos de miles de muertes y la destrucción de pueblos, tuvo un impacto prolongado en la región, que igualmente había visto mermada su capacidad como centro de producción agropecuaria. Además, la creación del Territorio Federal Yuruari a finales del siglo XIX y la migración de importantes contingentes humanos de la zona hacia las regiones de minería auríferas ubicadas más al sur, y a los centros de recolección del purgo y el balatá mermó o mantuvo estancada la población de Upata y sus alrededores, lo que contribuyó a su atraso y a su aislamiento.

 

Por la zona de El Dique se abre el viejo camino a la comunidad de El Jobo

El estancamiento demográfico de El Jobo, como parte de la periferia rural de Upata, habría sido un reflejo de esta misma dinámica. No fue hasta después de 1941 que la población de Upata y su municipio experimentó un crecimiento explosivo, casi duplicándose en diez años. Esta revitalización demográfica estuvo directamente ligada al inicio de la explotación industrial del mineral de hierro en la zona, especialmente a partir de 1945 y el posterior surgimiento de proyectos siderúrgicos e hidroeléctricos en el Bajo Caroní y Ciudad Guayana.

Por lo tanto, el patrón demográfico de El Jobo es un espejo de la historia de la región: una existencia rural de subsistencia, estancada por las consecuencias de los conflictos del siglo XIX, que posteriormente se reinvierte en el caso de su núcleo poblacional principal Upata, por el desarrollo minero en la segunda mitad del siglo XX, cuando la actividad industrial siderúrgica, del aluminio y la hidroelectricidad en la naciente Ciudad Guayana, en Guri y en El Pao, provoca un crecimiento sostenido de la población urbana del municipio Piar, que se concentra en Upata, El Manteco, El Palmar y El Pao, en sus cascos urbanos.

Pero esta situación al mismo tiempo provoca que pequeñas comunidades como El Jobo entren en “decadencia o crisis demográfica”, por estar localizadas en un medio natural muy poco favorable para su expansión: por la complejidad de su relieve, y las limitaciones de su área aprovechable para la expansión ganadera, agrícola y futuro desarrollo urbano. Todo lo cual explica porque este sector dejó de ser relevante demográficamente, a diferencia de comunidades como Sabaneta, Sabanetica, Santa María, Altagracia, El Valle, Los Rosos, San Lorenzo, Santa Rosa, entre otros, que debido a su proximidad a ejes carreteros principales, sus extensas zonas planas, áreas con potencial agropecuario, pudieron sostenerse como localidades satélites de la ciudad principal Upata, en algunos casos expandiendo su población y núcleos concentrados de población.

Falta de Registros Micro-Geográficos

La ausencia del topónimo "El Jobo" en los registros cartográficos y censales de la época es un hallazgo por sí mismo. Es la confirmación de la naturaleza de la comunidad: un caserío de subsistencia, carente de la estructura formal de un centro urbano. Las comunidades periféricas de este tipo a menudo permanecen invisibles en la documentación oficial, que prioriza las divisiones administrativas de mayor escala. La historia de El Jobo, por lo tanto, no se encuentra en las cifras de los censos nacionales, salvo en el ya precisado en el Censo de 1920, sino en las narrativas de la vida cotidiana y en las crónicas locales que registran el día a día en los fundos.

Futuras Investigaciones

Para una comprensión más profunda de la comunidad de El Jobo, se podría explorar la posibilidad de acceder a archivos no digitalizados. Los registros parroquiales de la iglesia local, que a menudo documentaban bautismos, matrimonios y defunciones, podrían contener menciones del lugar de residencia de las personas, incluyendo los caseríos y hatos de los alrededores. De igual manera, los archivos notariales o de propiedad de tierras podrían ofrecer referencias legales a las parcelas de "El Jobo" en documentos de compraventa o testamentos. Finalmente, una profundización en las crónicas locales y la tradición oral podría desenterrar más anécdotas o relatos sobre la vida de la comunidad.


lunes, 14 de julio de 2025

Upata en dos tiempos: Esquina de la calle Bolívar con la Miranda. En la década de los 80 y en la actualidad julio de 2025

Translator
Translator

 

Esta esquina es una de las más transitadas e icónicas de la ciudad de Upata. En la imagen los dos tiempos de este sector de la Villa del Yocoima, la más antigua de finales de la segunda mitad de la década de los 80 del siglo pasado contrasta notablemente con la actual de julio del 2025. Casi 40 años han transcurrido, y entre otras edificaciones el Cine Pricipal que se ve parcialmente en la imagen dio paso a un supermecado asiático, la tasca en plena esquinan hoy es una ferreteria. El terreno vacío donde destacaba un carro de venta de hamburguesa ha dado paso a otro comercio asiático, la farmacia de la esquina hoy convertida en una tienda. Obviamente en esta zona del casco central sí se siente con fuerza la transformación de la bucólica Upata pueblerina en una ciudad con mayor dinamismo comercial.   

domingo, 13 de julio de 2025

Huellas humanas en la serranía y Parque Natural Cerro El Toro

Parcelero, trabajador incansable y vecino de Manuel Carlos Piar, Noel Jiménez en la gráfica en las cercanías de la Plazoleta del sector, al fondo la Serranía de El Toro, patrimonio natural de Upata.

Conucos en el sector La Bomba del cerro El Toro.

A caballo niños transitando el camino principal del cerro El Toro.

Parcelamiento La Bomba, en este valle en contacto con los lomeríos que la rodean están las nacientes de la quebrada de El Caballo.

Desde el urbanismo Manuel Piar destaca la escarpada ladera del Cerro El Toro.

Paseo existencial y pequeñas crónicas de la Serranía 

de El Toro, que antes mentaban El Jobo


Por allí anda Noel Jiménez

Noel Jiménez, a sus 50 y tanto, o quizás más, es uno de los asiduos propietarios, conocedores y caminantes del “Cerro El Toro”, sitio que conoce como la palma de su mano y del cual siempre recorre y admira, ya que su casa principal está muy cerca de esta serranía, en una de las manzanas del urbanismo Manuel Piar. Él pertenece a una familia arraigada en esos lomeríos, sabanas y bosques, en esos peñascos y quebradas, en ese relieve escarpado, donde suele realizar, además de sus labores como agricultor, sus faenas nocturnas de caza de animales silvestres.

A Noel siempre lo vemos en los primeros escarpes del cerro, en el camino que pedregoso marcha a un costado de la quebrada del Caballo, dispuesto además del saludo largo a contarnos alguna historia de este cerro de mitos y leyendas, y a enseñarnos las peculiaridades naturales que allí existen: sus matas, sus árboles maderables, el nombre de sus yerbas y las pequeñas anécdotas del patrimonio natural más emblemático de Upata, junto al Yocoima, al cerro El Corozo y la Piedra de Santa María.

Voz pausada, sin premuras, reflexivo, silencioso pero firme en sus ideas, así vemos a Noel, y así sin mucha dificultad él suele romper el hilo para hablarnos de este Cerro y sus cosas.


El Jobo: Un Nombre con Historia

En uno de sus encuentros, Noel Jiménez nos aclaró la confusión sobre el nombre del cerro. "Durante muchas generaciones, quizás estamos hablando desde la época de mi abuelos, El Jobo y no El Toro fue nuestro lugar de convivencia", afirma. El Jobo fue y sigue siendo el sector más grande de esta zona rural, distante unos 5 kilómetros "colina arriba" del centro histórico de Upata.

Era el escenario de travesuras infantiles y del trabajo de campo: siembra, cosecha, ordeño, cría de ganado y aves, labores principales de las familias que poblaron la zona. La comunidad de El Jobo tuvo en los Jiménez a su grupo familiar más extendido. En sus valles y laderas fértiles, los abuelos de Noel y su descendencia desarrollaron su forma de vida en medio de bosques, sabanas, colinas y quebradas. Aunque la distancia al pequeño pueblo de Upata podía parecer corta a pie, en burro o a caballo, Noel destaca que no era comparable con las grandes distancias a las que estaban acostumbrados en otros desplazamientos.


Vida Rural: Agricultores y Pequeños Ganaderos

En esos tiempos, tanto padres y abuelos como las generaciones actuales se dedicaban a la agricultura de subsistencia: maíz, yuca, verduras, frutales, hortalizas y algunas matas de café. Esta era la labor diaria de los Jiménez, los Jaramillos, los Castros y otros grupos familiares que tenían sus casas y fundos en El Jobo. También desarrollaban una pequeña ganadería vacuna en potreros estrechos o aprovechando las lomas, donde vacas, toros y becerros encontraban los pastos naturales.

En El Jobo, y en los sectores que hoy también se conocen como Chaparral, La Bomba y Pasito, vivían estos grupos familiares, sumando más de 100 habitantes en total. Allí, los "viejos fundadores" criaron a sus hijos, trabajaron incansablemente y se esforzaron por inculcar el bien a la juventud. En sus ratos libres, que no eran pocos, también organizaban fiestas y bailes.


El Legado del Apellido Jiménez

Según Noel la familia más numerosa y arraigada desde mediados hasta finales del siglo XIX, y las primeras décadas del siglo XX hasta 1960, era la de los Jiménez. De esta descendencia, Noel destaca el hogar de su abuelo Don Santos Jiménez y su esposa Felicia, quienes procrearon a sus hijas Adelina, Clara, Nérida, Luz, Martha, Ana, Auristela, y a los varones Rogelio y Néstor, entre otros.

"La mayoría de nuestros tíos, primos, hermanos, hijos, abuelos, ya no están en el Cerro, en El Jobo", lamenta Noel. "Muchos se han ido de este mundo terrenal, otros bajaron al pueblo a ganarse la vida en otros oficios, otros tantos ya ni están en Upata, realmente no es fácil sobrevivir y tener estabilidad, buenos servicios y comodidad allá arriba. Pero eso sí, la semilla de los Jiménez sigue allí presente", asegura. Muchos no han vendido sus parcelas y persisten en su faena como pequeños productores, gente del campo y la caza, entre ellos, el propio Noel, que sube el cerro casi a diario.



Corteza cobriza del Indio Desnudo o Palo Mulato, otra especie de árbol muy abundante en la zona protectora de la Quebrada del Caballo.

Desde la cima del cerro al fondo la llanura de El Candado, antiguo hato de la familia Melgar.
Imponente árbol de zapatero, una especie de bosque muy abundante en las zonas húmedas del Parque Natural Cerro El Toro, este ejemplar frondoso se encuentra en el sector del Dique de la Quebrada de El Onoto.



Imagen satelital de Google Earth del cerro El Toro, sobresale el camino a las Antenas.

Plano topográfico del sector El Jobo, no aparece la mención al cerro El Toro, sino a Cerro Colorado. (Plano pubicado por Catastro Minero Nacional).

Más que un Cerro: Una Constelación de Colinas

Noel nos aclara que la serranía de El Toro como es obvio no es un único cerro, sino un conjunto de colinas con nombres propios:

  • El más nombrado era El Jobo, junto a la cercanísima Mesa de la Carata.

  • A un costado de la comunidad estaba Cerro Colorado, que se extendía de norte a sur y colindaba con las laderas de la colina de las antenas. Cerca de esa planicie en declive se realizó un corte exploratorio de la mina de caolín, al cual se llegaba por un camino de camiones aún visible. "Por fortuna aquí no hay oro, aunque sí mucha pirita o el oro de los tontos como se le dice, porque si no esto ya se hubiese acabado y estaríamos tomados por los mineros, como le está pasando a El Cume, Tierra Blanca y La Justicia", comenta Noel.

  • La loma de Las Antenas, señal de identidad del cerro desde el valle de Upata, era llamada por los viejos Cerro Chirica.

  • El otro lomerío de mayor altura, que da al frente con la ciudad, era conocido como el Cerro Los Mangos. Este sobresale con su forma de caparazón animal frente a la sede de la Guardia Nacional de La Romana, mostrando a la distancia sus enormes lajas y su densa vegetación, seca en verano y de un verde intenso en la temporada de lluvias.

  • Finalmente El Toro, que es un nombre relativamente nuevo, la colina frontal que hace frontera con el valle del Yocoima desde la quebrada del Caballo hasta la zona de las lajas y bosques de galería, que sobresalen en los farallones de ese lomerío principal.


Dique del Onoto en el Parque Natuyral cerro El Toro.

El Onoto y El Dique: Agua y Vida en el Cerro

Noel también menciona el famoso "Dique", alimentado por la quebrada del Onoto, que serpentea hasta desembocar en la zona de La Carata. "En su curso medio este cauce cuenta con dos diques, uno de los cuales, el segundo y a menor altitud, siempre ha sido utilizado como sitio de recreación por la gente de Upata", explica Noel. De ese segundo dique nacía una tubería que durante algunas décadas, quizás desde 1940 hasta 1970 del siglo pasado llevaba el agua al acueducto viejo de Upata, desde esas alturas hasta la zona de La Carata y de allí al casco viejo. Ya abandonada esta red a partir de 1980 era utilizada más bien para conducir el agua hacia las fincas y viviendas en el sector La Bomba y en las partes bajas del cerro, en su piedemonte localizado al este del sector La Viuda.

Se recuerda a un agricultor muy famoso y cordial con los visitantes del cerro en las décadas de los 70 y 80: Pilar, quien vivía en el valle entre El Onoto y el Cerro de La Mesa y se hizo famoso por su grito de saludo "hooooo". Pilar se marchó del cerro hace casi cuatro décadas, sin que se supiera más de su paradero.


Sobre esta roca la figura del Toro, de cerca es un mancha sobre una roca diaclasada o fracturada, a la distancia el parecido es mayor.

Del Cerro San Antonio al "Cerro El Toro": La Fuerza de la Costumbre

Sobre el Cerro El Toro, Noel Jiménez aclara: "Mira, ese nombre es relativamente nuevo". Este relieve lo forma la primera loma principal de la serranía, visible de frente y con sus características de vegetación boscosa, sabana y peñascos. Esta colina empinada, con sus barrancos, limita al noroeste con la quebrada de El Caballo.

"En otros tiempos a ese lomerío se le llamaba Cerro San Antonio", revela Noel. "Allí había en uno de esos peñascos o piedras, una figura, una pequeña capilla en honor al Santo Patrono; eso desapareció".

Noel indica que el tope del cerro forma una especie de suave semicírculo, elevándose aún más en su punto más alto (unos 30 o 40 metros). Allí arriba hay matorrales, lajas a flor de suelo, robles, yucuares, vegetación de sabana y excelentes miradores del valle de Upata. Ese tope, ligeramente inclinado pero estrecho, tiene en uno de sus barrancos o laderas escarpadas, al centro de la colina, una mancha sobre la superficie de una enorme roca desnuda que, a la distancia, parece la imagen de un toro, es decir una especie de petroglifo. Esta figura es visible desde los sectores de Sierra Tres, San José y la carretera a Guasipati. "Por eso se le llama a esa parte de la serranía Cerro El Toro, nombre que luego el pueblo, la gente de la ciudad, extendió a todas estas colinas. Por eso ahora cuando los niños y los adultos quieren visitar o van de excursión a estas colinas de Upata, todos sencillamente las llaman Cerro El Toro; es la fuerza de la costumbre".


Toponimia Oculta: El Cerro y la Quebrada del Diablo

En la época de los abuelos, desde las primeras décadas del siglo XX hasta 1970, la gente de Santo Domingo y la calle Monagas e Independencia, o de las zonas más cercanas a estos lomeríos usaban más la denominación "Cerro El Jobo" para referirse a esta serranía principal de Upata. Noel ratifica esto y añade que "al cerro que está arriba de La Viuda, ese que no tiene nombre pero que tan visible es desde la ciudad y que desde el centro de la ciudad parece una pirámide casi perfecta, mi abuelo lo llamaba Cerro El Diablo, aunque ese nombre hoy nadie lo usa".

Con ese mismo nombre del Diablo sí se nombra a una tercera quebrada que baja precisamente del Cerro El Toro. Esta atraviesa Sierra Tres, Coviaguard, Bella Vista y la avenida Rómulo Gallegos (en los edificios de apartamentos) hasta desembocar en la quebrada de El Caballo y tributar ambas finalmente en el río Yocoima, a la altura de la entrada a El Guamito. Sin embargo, esta es una toponimia poco utilizada, a tal punto que Noel Jiménez no recuerda que existiera una quebrada con ese nombre.


En la época de lluvias intensas así crece el caudal de la quebrada de El Caballo.

 La Quebrada El Caballo y Sus Historias Trágicas

En cuanto a la quebrada de El Caballo, Néstor Jiménez cuenta que se llama así porque, hace mucho tiempo, en la primera mitad del siglo pasado, cuando la corriente crecía, algunas mujeres de Upata, que residían en las últimas casas del pueblo (hoy la ampliación de la calle Monagas), acudían a lavar la ropa, aprovechando las lajas y pozas que se formaban en ese pequeño caudal.

"Eso era lejos en la época, por lo que usaban caballos para trasladarse cada tantos días a esa faena", relata Noel. "Y cuentan los abuelos que una de esas muchachas, muy joven, se fue al cerro y la quebrada a efectuar su labor de lavado de ropa, con tan mala suerte que al llegar al sitio, resbaló y cayó quebrada abajo, falleciendo en el lugar por el impacto contra las rocas. Desde entonces, a ese afluente se le conoce como la quebrada de El Caballo, quizás rememorando el hecho de que a caballo iban las mujeres en esa época con su cargamento de ropas a efectuar su oficio de lavanderas".

La quebrada El Caballo ha sido testigo y escenario de otros hechos trágicos, como la muerte del agricultor Julián Jaramillo en el año 2002. Julián sufrió el vuelco de su vehículo rústico en una aciaga noche, cuando retornaba a su vivienda y conuco en el sector Pasito, ubicado en un pequeño valle contiguo al sector La Bomba. El accidente ocurrió en el tramo final del ascenso por la empedrada vía de acceso principal a la Y de La Bombita. "Con el impacto, Jaramillo quedó atrapado a ras del agua y sufrió un golpe mortal en la cabeza y columna, justo en el propio cauce de la quebrada; su muerte conmocionó a nuestra comunidad", recuerda Noel.

Otro episodio trágico más reciente, en el 2022, fue el deceso de un niño residente del sector Santo Domingo, al ser arrastrado por la corriente de la quebrada mientras se recreaba con sus familiares en uno de sus parajes rocosos y de pendiente pronunciada. "Toda quebrada, y más esta por sus lajas babosas y farallones, debe ser respetada. Por un descuido pueden pasar cosas, y si la corriente de repente crece de golpe por alguna lluvia intensa en su naciente, hay que estar pendiente y salirse de ella para evitar desgracias", advierte Noel.


Una Historia por Seguir Contando

Finalmente, Noel Jiménez nos despide, indicando que es hora de volver a sus faenas en la parcela y visitar a los conocidos. Sin embargo, deja claro que tiene muchas más historias, cuentos y reflexiones pendientes por compartir sobre su Jobo y su Toro, sobre sus parientes y sobre esa naturaleza silvestre que tanto le atrae y a la cual no renuncia, ya que forman parte esencial de su experiencia de vida.

"Por aquí me verás, caminando, curioso, cuidando, saludando y enseñando cuando se puede que esta serranía no tiene igual y siempre será parte fundamental de mi existencia, porque aquí nos criamos y aquí seguimos, pues mientras haya fuerza, ganas y salud, esta será siempre mi casa", afirma Noel. Y así es, hermano Noel. En el Cerro nos veremos siempre.



Cerro El Toro 30 Años después. Desde su cima así lo contemplabamos en 1995. Así lo vemos hoy...

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En la secuencia gráfica arriba el piedemonte y la serranía que separa al sector El Candado del Macizo Colinoso de la carretera Upata El Buey tal como se podía observar desde el cerro El Toro en el año 1995. Abajo la misma zona de piedemonte y la serranía tal como ha evolucionado en 2025, la vegetación alta, bosques, se ha incrementado notablemente en el primer tramo de la carretera en la zona donde proyectaba construir un hotel mirador el Grupo Arizona, un consorcio empresaria que hasta la década de los 90 del siglo pasado compró estas tierras del antiguo Hato El Candado, por décadas perteneciente al sr Luis Melgar, conocido empresario y propietario de inmuebles de Upata.

A la izquierda vista del Aeropuerto de Upata desde la cima del cerro El Toro, tal como se observaba desde el cerro El Toro en 1995. En la fotografía de la derecha el mismo sector contiguo al Aeropuerto,: Nótese que en esta zona sí ha sido evidente la deforestación de los bosques protectores de las nacientes del río Yocoima y el deterioro que presenta la antigua Casa Grande del Hato El Candado, la cualñ sobresale abajo a la derecha al lado de la carretera principal del sector.

Orinoco en junio del 2025. Su canal más angosto frente a Ciudad Bolívar. Y su vista al Puente Angostura y la Isla El Degredo

 

Isla El Degredo y el Puente Angostura en junio del 2025, visto desde el Paseo Orinoco de Ciudad Bolívar, cuando el río ya había superado los 14 metros a su paso por esta localidad.

Esta visión del Orinoco desde la parte alta de la calle Lezama en el Casco histórico de Ciudad Bolívar es impresionante y por tanto muy fotografiada. Así se ve el imponente río en junio del 2025, con la isla El Degrego al medio y el Puente Angostura al fondo.
Mirador Angostura, el río en pleno crecimiento...

Lancheros de la ruta La Encaramada Ciudad Bolívar, al fondo precisamente la comunidad de La Encaramada ubicada en Ciudad Orinoco estado Anzoátegui.

Desde el Mirador Angostura en junio del 2025 se contemplaba así el embarcadero de las lanchas de la ruta fluvial Ciudad Bolívar Ciudad Orinoco.
Otra vista del Puente Angostura y El Degredo, desde el Paseo Orinoco.

Piedra del Medio, la cual fue observada por el sabio Humboldt, quien entre el 14 de junio y el 10 de julio de 1800 estuvo en la antigua Angostura y pudo contemplar el inicio de la creciente del río Orinoco, en plena temporada de lluvias. En su conocido libro Viaje a las Regiones Equnoccionales del Nuevo Continente Humboldt no utilizó la palabra Oriconómetro, sino que hizo referencia a una isla similar ubicada en medio del río Nilo, a la cual si llamó en su escrito "Nilómetro". Por extensión se ha interpretado que el naturista alemán sí empleó dicha denominación para referirse a la Piedra del Medio como medidor del nivel del río. A continuación insertamos el texto tal cual aparece en la página 517 el Tomo 4 de la edición del libro publicada por la Biblioteca Venezolana de Cultura en 1942: "Es en este sitio donde una isla, situada en el medio del rio, podría presentar las mismas facilidades para la medi­ción de las crecientes que las que ofrece el Nilómetro (Megyas) situado en la extremidad de la isla de Rudah".


Desde la Cruz del Perdón así se observa en esta secuencia de fotos el río, la isla El Degredo y el Puente Angostura.
La Cruz de Perdón ubicada a un costado del Paseo Orinoco frente al barrio Perro Seco, con el telón de fondo del imponente río Orinoco. Sobre este monumento insertamos el siguiente texto tomado del blog del escritor Fernando Castro http://castrofer36.blogspot.com/2018/06/la-cruz-del-perdon.html:
"La Cruz del Perdón, es una pequeña capilla, en cuyo interior se encuentra la cruz original del perdón, la cual fue colocada inicialmente en el año 1905 a las riberas del río Orinoco, en unas piedras, por un grupo de ciudadanos bolivarenses; en agradecimiento por haber retornada salvos e ilesos de la batalla liberada en las adyacencias del poblado conocido hoy día como Moitaco, perteneciente al municipio Sucre del estado Bolívar, a unos 90 kilómetros de Ciudad Bolívar, capital del estado. Siendo este acontecimiento, como el primer milagro de la Cruz del perdón.
La capilla del Perdón, fue declarada por el Instituto de Patrimonio Cultural, el 20 de septiembre de 2003; como bien de interés cultural, por lo que es considerada como un emblema cultural e histórico. Al mismo tiempo de ser reconocida por su historia de fe y milagros concedidos.
Su festividad se celebra el 3 de mayo, día de la cruz de mayo; la cual tiene una tradición de más de 100 años".
El Orinoco a su paso por Ciudad Bolívar desde el Puente Angostura hasta el Mirador Angostura, mapa del portal OpenStreetMap
 
Isla El Degredo, alguna vez hace más de un siglo fue utilizada como sitio para aislar a personas que llegaban a la ciudad de Angostura en buque, provenientes de lugares distantes, en los cuales se habían reportado brotes o epidemia de enfermedades altamente contagiosas. Hoy es un espacio insular fluvial protegido de interés cultural, histórico y natural. Sobre la singularidad de su devenir nos comenta en Crónicas Angostureñas el cronista y periodista Américo Fernández: "Esta isla o islote orinoquense, de unos diez mil metros cuadrados, pedregosa, de abundante vegetación y de grandes playones durante el reflujo crítico del río, se quedó para siempre como “El Degredo” porque allí desde mediados del siglo dieciocho obligaban a los barcos procedentes de ciertos puertos, a cumplir “cuarentena” antes de atracar con carga y pasajeros en el puerto de la ciudad capital. Una Junta Sanitaria ejercía la vigilancia de los buques procedentes de algún lugar de donde se tuvieran noticias referentes a brotes de enfermedad contagiosa.  En mayo de 1902, por ejemplo, la goleta francesa “Iris” fue sometida a observación durante quince días, fondeada en El Degredo, luego que por vía telegráfica el agente consular informó de un brote de viruela y fiebre amarilla en las Antillas".

Pequeña embarcación surcando el río, estos pescadores en su mayoría provienen de los barrios de Perro Seco y El Cambao, comunidades vecinas del Casco Histórico de Ciudad Bolívar.


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