miércoles, 19 de agosto de 2020

“Upata en la literatura y los libros…” II

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Upata de los Carreros


A diferencia de la simplicidad y los comentarios despectivos que dejaron en sus libros de viajes alguno de los visitantes alemanes e ingleses que visitaron a Venezuela en el siglo XIX, existen otras impresiones, comentarios, textos, descripciones, más favorables y extraordinarias sobre Upata, su naturaleza y su gente, vertidas por la pluma de nuestros mejores escritores. Sobresale en este particular la descripción que realiza en su novela Canaima el escritor Rómulo Gallegos, quien toma a Upata como escenario principal de las historias que se tejen en torno a la actividad de los hombres duros del balatá y los buscadores de oro, que tenían acá en la Villa su centro de aprovisionamiento y logística, en el largo camino que separaba a la región más profunda de Guayana, con el Puerto de Palos hoy San Félix y la vieja Angostura bautizada luego con el inmortal nombre de Bolívar.

En su novela "Canaima" Gallegos describe con palabras gratas y respetuosas a la pequeña población del valle del Yocoima que vislumbró en algunos de sus viajes a Guayana, y la bautiza “Upata de los Carreros”, en alusión a su movimiento como ruta de paso y aprovisionamiento de los mercaderes, vendedores de oro y mineros, que la usaban como puente para sus penetraciones en bueyes y mulas hacia el Yuruari y el Cuyuní, en búsqueda de la riqueza deslumbrante de las piedras preciosas y el caucho, que se escondía en las selvas húmedas de El Manteco, y en los sitios más recónditos de las sierras de Imataca y la Altiplanicie de Nuria. A continuación insertamos el fragmento de Canaima que magistralmente describe a Upata:

 “Aire luminoso y suave sobre un valle apacible entre dulces colinas. Techos de palma, techos de cinc, rojos o patinosos tejados, una vegetación exuberante, de jardín y huerta domésticos, en patios y solares. Unos montes lejanos, tiernamente azules.

 —Upata –dijo Manuel Ladera–. Ahí tiene usted el pueblo de los carreros del Yuruari. Upata vive del tránsito: de los fletes de las cargas que transportan sus carros y del dinero que van dejando en ella los forasteros, cuando se dirigen al interior, hacia las montañas purgueras y las quebradas del oro de Cuyuní y cuando regresan de allá a poner la fiesta, porque éste es el pueblo más alegre de todo el Yuruari…

 Calles de tierra roja por donde corrían los ríos de oro de la puesta de sol. Carros vacíos aquí y allá, con los varales en alto y en las ruedas el barro de los caminos recorridos; otros, cargados y cubiertos con los encerados, de tránsito para otras poblaciones, dentro de las rancherías llenas de la animación de los carreros que charloteaban desunciendo las bestias, conduciéndolas a los pesebres, echándoles en ellos los haces de yerba.

 Sonaba todavía por allá el trabajo cantarino de la mandarria del herrador contra el yunque, tintineaban las colleras de las mulas de otros convoyes que venían llegando o ya se ponían en camino, y aquí y allá, en las cosas y en las palabras que al paso se escuchaban –en la talabartería, la herrería o la carruajería– todo giraba en torno a la vida del carrero. En el aire flotaba el olor de las bestias. Por las conversaciones pasaban caminos. Camino de San Félix, camino de Tumeremo, camino de El Callao, camino de El Palmar… En Upata de los carreros todo viajaba.

 Casuchas humildes techadas de palma carata; otras con techos de cinc, que eran las de comercio: la tienda, con cobijas de bayeta, abrigo de caminantes, colgadas en las puertas; la pulpería donde los peones que ya habían soltado el trabajo tomaban el trago de caña alborotando; otras con techos de tejas; las casas de las familias principales de la población, con muchas ventanas y lindas muchachas asomadas a ellas.

En Upata, que del tránsito vivía, también el amor tenía que poner sus esperanzas en el paso de los forasteros.”.

 

“Upata” obra cumbre del intelectual Carlos Rodríguez Jiménez

 

Upata tiene su gran libro con ese mismo nombre, historia minuciosa, de lo geográfico a la crónica, de la literatura a las tradiciones, donde además se destacan los aportes y la genealogía de las familias que han hecho historia en esta Villa de San Antonio. De la pluma del intelectual upatense Carlos Rodríguez Jiménez sobresale su obra cumbre “Upata” así se llama su libro homenaje a su ciudad natal, editado por Editorial Aguilar en la década de los 60. En este mismo libro Rodríguez nos promete un segundo tomo, que todavía no hemos tenido la oportunidad de consultar, quizás porque el original no fue llevado a la imprenta o porque sí lo editó su edición fue muy limitada.

Esta obra cumbre de este excepcional upatense de reconocidos méritos como escritor, diplomático de carrera e intelectual de alto vuelo, políglota y con una hoja de vida al servicio de la República intachable y prodigiosa, fue su merecido aporte a la cultura e historia de la ciudad que le vio nacer, y de la cual nunca se desligó hasta su muerte a muy avanzada edad en 1995. Rodríguez Jiménez, doctor en Ciencias Políticas, abogado, egresado también en Farmacia en la UCV, destacó y fue de rango universal su labor dentro de la francmasonería, en la que participó activamente tanto en Venezuela, como en el lejano Oriente y en Europa, mientras ejercía su larga carrera diplomática. 

De Rodríguez Jiménez el escritor e investigador Óscar Pirrongelli Seijas en su libro "Antología de la Antigua y Actual Poesía Guayanesa", Editorial El Perro y la Rana, Caracas 2018 realiza la siguiente semblanza:  "Además de historiador y diplomático, tuvo lugar destacado como poeta, habiendo escrito el poemario “Yocoima”, publicado en 1939 mientras era embajador de Venezuela. También escribió una colección de poemas en la ciudad de Londres, en 1951, los cuales permanecen inéditos. Como única muestra disponible, publicamos en esta antología un breve poema dedicado a una de las jóvenes más bellas de Upata, la señorita Anita Acevedo Castro, que el doctor Carlos Rodríguez Jiménez reproduce con el título de “Ovillejo” en su libro histórico “Upata”, página 384".


OVILLEJO

Es alta, esbelta, bonita,

Anita;

tiene talento y denuedo

Acevedo;

es estatua de alabastro

Castro.

En nuestra Upata es un astro,

y al entonar sus canciones

cautiva los corazones

Anita Acevedo Castro.


También en esta recopilación de los poetas guayaneses inserta este himno de Rodríguez Jiménez a su tierra nativa a propósito del Bicentenario de la fundación de Upata celebrado en 1962:


HIMNO DEL BICENTENARIO DE UPATA (1)

 (1762 – 1962)

Coro:

¡Upátenses, dos siglos de vida

tiene ya nuestro pueblo natal;

para, honrar nuestra Upata querida

entonemos un himno triunfal!


Estrofas:

Del Yocoima sonriente a la orilla

de españoles fundose esta villa

como oasis de paz y de bien,

en un valle de eterna frescura,

paraíso de amor y dulzura,

del indígena prístino edén.


Capuchinos por Dios inspirados,

misioneros por Cristo mandados

a enseñarnos la vía y la verdad,

nos hicieron entonces cristianos,

y ayudaron después con sus manos

a erigir nuestra amada ciudad.


Nuestros padres colmaron de gloria,

del Estado Bolívar la historia,

al triunfar en San Félix con Piar;

Venezuela los vio en cien acciones

de Bolívar seguir los pendones

y por ella, valientes, luchar.


De Guayana el fecundo granero,

del Yuruari el emporio minero,

nuestros ríos de impetuoso raudal,

con prudencia y acierto explotemos,

y con celo y fervor trabajemos

por el bien de la patria total.


Nuestra Upata industriosa y consciente,

consagrada al trabajo paciente,

su destino, por fin, va a cumplir.

¡Villa ilustre, tu día ha llegado:

las campanas del tiempo han sonado

y tu estrella comienza a lucir!...


(1) Esta épica letra del Bicentenario de la Villa de Upata, tuvo como música la que le compuso Monseñor Arzobispo Juan José Bernal Ortiz, y el arreglo fue elaborado mediante partitura del profesor Francisco (Fixi) Miranda.

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