viernes, 28 de agosto de 2020

Santa María del Yacuario, la arrasada, la saqueada, y renacida sobre sus ruinas...

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Desde una loma se observa la carretera principal Troncal 10 al fondo cordillera de Tomasote.
Valle ganadero en la vía El Salto, al Oeste del caserío principal de Santa María
 
Templo, más bien capilla católica del sector, solitaria y perdida entre tanto cemento. Hizo falta un proyecto para rescatar la arquitectura tradicional y hacerle honor al que fue uno de los mejores templos de los pueblos de misión: la Iglesia de Santa María.



Aunque es documento histórico de relativo fácil acceso, por estar inserto en un libro oficial publicado en pleno gobierno de Antonio Guzmán Blanco en 1876, la relación que hace el señor Andrés Level de su visita a las Misiones del Caroní, dedica su atención a considerar el estado de abandono, y saqueo de sus bienes públicos al que fue sometida la población de Santa María del Yacuario. Con pena, dolor y si se quiere en un tono de reclamo y rabia el visitante describe de esta manera su recorrido al antiguo Cantón Upata, en una misiva fechada desde la población de El Miamo el 30 de junio de 1849 dirigida al Señor Secretario de Estado en el Despacho del Interior, que expresa lo siguente:

"De Cupapuy pasé a Santa María, la desventurada. Este pueblo presenta el inaudito robo de que yo no tenía idea.Yo había visto y sabido, robos de diferentes especies; pero robarse un pueblo entero, no lo había visto hasta aquí. Ahuyentar los moradores de un lugar para apropiárselo; destruir las edificaciones para producir ruinas; producirlas para aparentar despojos; y adueñarse en seguida de estos despojos, es cosa que hasta se corre el riesgo de escribirlas porque, en verdad, pudiera no ser creída. Sin embargo, documentadamente he dado cuenta del hecho a la Direccion, pues por desgracia es harto cierto, que la desventurada Santa María, por su inmediación a la Villa de Upata despertó su codicia. Desde ella le fueron desmembrados sus vecinos, ahuyentaron al que sostenía un resto, pidieron en seguida la extinción de la parroquia, mintieron la ruina inminente del convento, y a poco fue subastado por cincuenta pesos y deshecho.

La hermosísima Iglesia que le era contigua quedó en ruina, despojada de su teja, y en pos, lo demás vino a ser un objeto de espanto y grima para el pasajero. Lo pavoroso de las ruinas y la desolación, acibara el goce que proporcionaría el imponente paisaje, que domina la espléndida posicion de Santa María.

Al acabarse los padres fundadores, quedó con 661 habitantes. Hoy tiene por todo morador los ganados, y un indio herrero que con su limitada familia vive fuera de las ruinas, en la colina que se ve en el plano. Tiene sí la fragua en una casa de la población. Su martillo es la única muestra de vida que resta en aquel cadáver de pueblo. Ese herrero, hombre octogenario, parece como el encargado por el tiempo, de hacer repetir diariamente a su yunque, la sagrada demanda de la vida, para un moribundo que todavía puede alcanzarla. Y con un grito de hierro sobreviviente a cuanto le rodea, preconiza el pueblicidio, y clama por un Gobierno. Ese clamor es el suspirar de cuantos creen que la existencia de los gobiernos supone la existencia de los pueblos. Así, pues, yo doy cuenta de Santa María al poder público, en letras, mientras queda el herrero dándola con su martillo a todo pasajero. Todo mi deseo es poderle decir algun día: Hubo quien oyera tu martillo y mi voz. Mi voz no ha cesado de martillar diez años ha, así como tu martillo no ha dejado de vocear por espacio de seis.”

Con toda consideracion me suscribo de US. muy atento servidor.

Andres E. Level.”

Anexo al escrito Level inserta un plano con lo que queda del pueblo de Santa María, resto de una de las Misiones del Caroní, fundada por los MR. PP. capuchinos, en el siglo XVIII. Anexa también una pequeña relación histórica sobre la misión señalando que SANTA MARÍA DE YACUARIO fue fundada en 1730 con indios guayanos y panacayos. Su población entre 1788 y 1816 se mantuvo entre los 700 y 400 habitantes. En 1788 tenía 481 habitantes. En 1791 subió a 512, cuando la dirigía el misionero Fr Agustín de Barcelona de 52 años, y 18 de misión en aquellas zonas. En 1803 la poblaban 570 personas. En 1816 eran 661 sus habitantes.

Luego comenzó su decadencia demográfica, con el exterminio de la misión, pues para 1820 bajó a 256 habitantes. En 1833 solo quedaban 37, en 1846 la habitaban sólo 35 y para el año 1849 año de la visita de Level su población quedó reducida a 0, es decir a nada en el pueblito y apenas en la periferia fuera de sus calles el mencionado indio herrero. En vez de crecimiento poblacional hubo una merma total, es decir el pueblo fue abandonado, arrasada por las pestes y la falta de trabajo, el acoso, quizás la amenaza y la ausencia de motivación para seguir gozando de tan excelente ubicación, en unos terrenos altos, desde los cuales se podían apreciar las inmensas llanuras del Carichapo y el Yuruari, y las suaves siluetas de los cerros distantes, Guacamayo, Machí, Cume y la cordillera de Tomasote. Una vista privilegiada desde sus casi 400 metros de altitud y un clima tan bueno o mejor que el fresco de la vecina Upata, su compañera, su vecina y su verduga, si nos atenemos al relato de Level; Santa María era una misión de las primeras que aprovechaba sus tierras aptas para la cría de todo género de ganado con que sostener al pueblo, y para realizar en sus zonas más fértiles los cultivos de subsistencia para sus pobladores.


Level finaliza sus comentarios indicando “Cuando llegaron a habitarla 661 personas Santa María tenía su gran templo de los más afamados, su convento hermoso, con fábricas y talleres. Agricultura, especialmente grandes algodonales para tejidos de tela, casas hermosas y amplias de teja para todos los 661 habitantes, tejería etc. y cada casa para dos o tres familias ; agua abundante recogida en estanques, hatos de ganado mayor y menor, numerosos los primeros etc. Ademas ha perecido su templo, que ha sido despojado de la teja, ladrillos y paramentos, y en consecuencia caído ; su convento subastado en cincuenta pesos, valor de una sola de sus puertas ; su casa real desbaratada para arrebatar las tejas, y lo mismo cuántas cosas faltan desde las apropiadas a 661 habitantes que hubo, hasta 7 casas que quedan. Depuestas de sus aras las imágenes, anduvieron rodando de destierro en destierro, hasta que el visitador halló en una cocina seis, que trasladó a la Iglesia de Cupapuy. Hoy todo está de pasteadero de animales, únicos moradores: le queda a Venezuela por pueblo un hato, y por vecinos, novillos". Así lo ratifica el Visitador de las Misiones, A. E. L.

Esta relación descripción aparece en la introducción del libro Apuntes Estadísticos de Guayana, editado en 1876, como una evidencia de las duras condiciones y realidad que se vive en lo que alguna vez fue una zona próspera, con abundancia de ganado, cultivos, casas, templos, telares, forjas, pero que para esta fecha 1849, con la excepción de la villa de Upata, y dos o tres localidades de la región aurífera más al Sur, se encuentra en las más absoluta pobreza. y desaparecidos la mayoría de sus antiguos pueblos de misión.

De los responsables de esta afrenta y saqueo contra Santa María no aporta más datos el señor Level, sólo que son gente de Upata, sin detallar nombres, apellidos, empresas, así que no tenemos ese dato. Mas lo cierto es que con el paso de los años, el abandonado pueblo comenzó a ser habitado de nuevo, retomadas no ya los despojos, ruinas, que nada quedó, sino reconquistadas sus tierras para una nueva comunidad ya de mestizos, y algunos nuevos propietarios, que comenzaron a asentarse en las cercanías de la misión. Santa María así para finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, renace de sus ruinas, pero sin recuperar lo que le quitaron, no quedó otra que comenzar de nuevo: conucos, casas humildes de techos de carata, bahareque, madera rústica, luego vendría el cemento, los bloques, el cinc y las construcciones se hicieron más fuertes y permanentes.


Se transformó Santa María con el tiempo en paso obligado de la ruta principal al Sur, a la región minera y a las tierras del Carichapo, de Hualpa, del Guanaraparo, del Cume, camino a Villa Lola, y las ricas tierras ganaderas de Santa Cruz, y más allá al pueblo de El Palmar y a la lejana Guasipati.

Por el cerro San Germán, por el de la Cruz, desde el paso de la Laguna Larga, rozando el cerro La Madama, o por los otros caminos más intrincados y curveros de El Aguador, Curagual o remontando el propio cerro Santa María, allí estaba y está a Dios gracias, y al empeño de sus pobladores actuales, el nuevo asentamiento poblacional, que si bien no alcanzó status de municipio del Distrito Piar, en aquellos años distantes a las nuevas denominaciones políticos territoriales, por lo menos tuvo el privilegio de ser beneficiada como sitio de paso de la ruta al vecino Distrito Roscio, y progresivamente fue creciendo en población e importancia; y la gente de Upata y El Palmar se acercaron a ella para repoblarla y comenzar a sentirla como propia.

De esta suerte con la inauguración de la carretera a Guasipati y El Palmar la del Yacuario, que no sabemos qué significa, inició un nuevo ciclo, convertida Santa María junto con San Lorenzo, Santa Rosa y Altagracia El Valle Los Rosos, en uno de los principales sectores rurales de Upata, con una población que hoy supera los 2 mil habitantes, dedicados a los oficios laborales en la cercana Upata, y otra gran número de ellos trabajando en el campo, en la faena agrícola, en la ganadería actividad tradicional, atendiendo sus restaurantes de carretera, o en la venta de cochino, carne de res, vegetales, y ahora con gran parte de su población dedicada al trabajo de mina en la zona de El Cume, y en la región aurífera de El Callao, Guasipati, Guacamayo y la montaña de La Justicia.


De la antigua Santa María del Yacuario qué queda. Vagos recuerdos de cronistas y tatarabuelos de tatarabuelos que ya se fueron, recogidos en la memoria de sus habitantes más ancianos. Una que otra referencia documental, bien oculta y al alcance de casi nadie. Viejos informes, planos, papeles, quizás algún escrito periodístico quemado por el tiempo o en algún baúl familiar o hemeroteca. Los objetos de ese pasado desaparecidos, ocultos, saqueados. Y sus propios habitantes no saben siquiera donde estuvo el antiguo pueblo, ese que lamentó Level. Tarea harto difícil reencontrarlo, escarbarlo, encontrar sus pocas huellas. Pero por lo menos retuvo su nombre santo, religioso, y su excelente ubicación, en ese mirador tan especial y único que desde sus curvas, más de 60 hemos contado, nos maravilla cada vez que bajamos del pueblo por la Troncal 10 rumbo al Sur de Guayana. Santa María no murió sigue viva y orgullosa luchando contra la adversidad y mostrando a quienes la visitan su mejor rostro, y la laboriosidad y sencillez de su gente, sus casas y cosas. 

Cerramos esta reseña histórica de aquel escrito lastimero y de denuncia del señor Level insertando estos fragmentos de comentarios que en 2014 realizamos sobre Santa María, el pueblo que revivió de sus ruinas y sigue vivo gracias a la tenacidad y resistencia de esos nuevos moradores, que sustituyen al herrero indígena y comenzaron a poblar sus recodos, vallecitos y lomas, sin tener conciencia de que allí sobre su nuevo terruño estuvo edificado uno de los pueblos de misión más antiguos y prósperos de los fundados por los padres capuchinos en las Misiones del Caroní:

Santa María del Yacuario o más bien de Upata, como se le conoce en la actualidad, sigue su marcha serena por el devenir de los pueblos antiguos convertidos ahora en caseríos, opacada por la Villa de San Antonio distante 12 kilómetros al Norte de sus recodos empedrados, colinas de suave vegetación de arbustos y chaparrales, y caminos de tierra blanca, arenales y uno que otro terrón de arcilla. Santa María hoy vive como siempre de sus cultivos breves, de sus pequeños hatos, de sus chiqueros de la ganadería porcina, y de la venta de comida, del paso de los turistas y viajantes que suelen acá descansar para el desayuno o el almuerzo de rigor, donde las empanadas, pastelitos, arepas y sopas, jugos y café tinto, tienen amplia demanda. 

Cerro Machín más al Sur, visible desde Santa María
Santa María es un sector campesino muy irregular en su topografía, donde se alternan sabanas, planicies, lomeríos, cerros, miradores, farallones, chaparrales, bosques decíduos, todo ello en una franja geográfica no tan inmensa, que enlaza las tierras  más altas del Valle del Yocoima con las más bajas del Carichapo Yuruari. Sitio de contacto entre las formaciones ferríferas, caoliníticas de Imataca con los suelos cuarzosos de la región aurífera guayanesa, es paso obligado de la ruta Upata Guasipati, por la serpenteante carretera Troncal 10, que se multiplica acá en incontables curvas para superar un desnivel de 150 metros.
Casa Vieja con soberao, guarda de herramientas y cosechas.
Con más de 260 años a cuesta la memoria de lo antiguo, las evidencias de ese pasado de pueblo de misión indígena, se han perdido para siempre, quizás oculta en la mente de uno que otro anciano ancestral, o en los libros que muy poco aportan sobre la evolución del caserío, y que poco aclaran sobre el significado de esa palabra de reminiscencia indígena Yacuario o Yecuario. 
Pedregales, hay muchos, en cuanto a la vegetación abundan el chaparro, los mantecos, uno que otro alcornoque, pajonales, dividives, los cardonales de tierras secas, los árboles siempre verdes como el aceite o capaiba, los simpáticos carutos, mangales a flor de arena, guamos, cujíes, siembras de yuca, frutales, el asiático quinchoncho, las ciruelas de huesito la spondia, pesguas de reciente siembra, guatacares, caros, y tantos otros que escapan a la memoria.
Serena, con un suave clima de cerros y colinas, acariciada en sus miradores por la brisa templada del Este, Santa María ofrece parajes para el relax y tierras propicias para la siembra pequeña o la pecuaria familiar, goza de una temperatura media en torno a los 25 grados, semejante a la de su cercana Upata, que la ha convertido además en pueblo dormitorio de la Villa del Yocoima.
Como en el pasado su gente hoy clama por agua, al no contar el pueblo con un curso fluvial o quebradas o manantiales, que le aseguren a Santa María, a su gente, el acceso a este recurso vital, que escasea con fuerza debido a lo intenso del verano anual o a la incesante demanda de las más de 2000 personas que acá viven en contacto directo con una naturaleza hermosa pero agreste.

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